Brasil somos todos

El asalto a las principales instituciones brasileñas por las hordas bolsonaristas enloquecidas que se ha producido hace unos días, evidencia la pulsión totalitaria que hay detrás de los liderazgos y movimientos iliberales radicales de la derecha. En una reproducción del ataque al Capitolio que hicieron los seguidores de Trump hace dos años, se ha visto hasta dónde se puede llegar cuando se juega con la polaridad extrema, el no reconocimiento de los adversarios políticos y con la falta de respeto y consideración a las bases que deben presidir los valores y comportamientos en las sociedades democráticas. Sorprende en ambos ataques, la realidad paralela en la que están inmersas las personas que los protagonizan, embriagados no sólo de mentiras y falsas proclamas, sino también de ideas absolutamente demenciales. Lula visto como el anticristo, el diablo, o un comunista recalcitrante, lo que parece justificar apelar a la intervención militar o de los extraterrestres. Básicamente, los brasileños que no han perdido el entendimiento, estos días han sentido vergüenza e indignación. Vergüenza por la extravagancia, la chorrada de los planteamientos y, también, porque Bolsonaro obtuvo el apoyo de 50 millones de votantes, casi la mitad del electorado. Indignación por la falta de respeto a los principios democráticos y a los resultados electorales, también por la pasividad policial y de algunas autoridades con relación a unos desórdenes públicos que, hace días, se estaban preparando de forma abierta y masiva. Y bien financiados.

Lula es un referente por el progresismo brasileño y latinoamericano. Un demócrata que está muy lejos de aspirar a ser un líder comunista o totalitario. Su programa político es de tipo socialdemócrata donde las prioridades son rescatar a los 30 millones de brasileños que están en la pobreza extrema, y hacerlo con políticas económicas de impulso a la actividad económica y el establecimiento de un sistema fiscal que permita al Estado corregir las enormes y crecientes desigualdades, así como recuperar, aunque sea de forma modesta, el ascensor social. Nada que no se haga en la mayoría de los países europeos u occidentales. La coalición amplia y moderada con la que se presentó a las elecciones lo avala. Tiene por delante retos importantes y difíciles. Debe devolver el país a la normalidad, debe recuperar por Brasil la consideración y el buen nombre que había perdido en el ámbito internacional. Debe intentar recoser un país social e ideológicamente no sólo dividido, sino profundamente fracturado. Necesitaría, también, recuperar unas élites empresariales y económicas que se han alineado de forma quimérica con Bolsonaro, han comprado y se han tragado su discurso. Resulta fácil entender, que el crecimiento económico y la actividad empresarial resultan incompatibles con el caos y el aislamiento internacional que representa la extrema derecha. La paradoja, es que la normalidad capitalista pasa justamente por Lula y lo que representa su gobierno, la otra opción es una quimera, especialmente perjudicial por las propias élites.

La buena noticia es que parece que la democracia se ha acabado por imponer a Brasil, pues los militares no han entrado en el trapo que quería inducirlos a actuar en forma de golpe de estado. El gobierno democrático ha reaccionado de manera rápida y con la contundencia que la situación extrema merecía. Todo, por su exceso, podría significar el fallido último cartucho de Bolsonaro, su canto del cisne. Sin embargo, habrá que ver. Movimientos de estas características, con varios grados de irrealidad, ya existen en todas partes. Trump y lo que significa distan mucho de estar políticamente muertos. Los iliberales, cada vez más claramente ubicados en la extrema derecha de forma descarada, gobiernan en Italia, Polonia, Rusia, Hungría…; y están muy presentes en Francia, los países nórdicos o bien en España. El discurso conservador se va radicalizando por todas partes y copia las maneras, el lenguaje y las formas del relato político del extremismo. Aunque la historia no suele repetirse, el proceso de como los fascismos se acercaron y se hicieron con las formaciones derechistas democráticas en la Italia fascista o bien en la Alemania nazi nos deberían, y deberían hacerles recapacitar a los conservadores. No es que corramos el riesgo de hacernos daño, es que ya hemos empezado.

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