Nueva centralidad

Las condiciones y la dinámica política catalana han cambiado bastante. La hegemonía del independentismo de los últimos años se ha ido devaluando y, hoy en día, a pesar de retener el gobierno de la Generalitat, su papel va siendo más condicionado y, quizás a corto plazo, puede hacerse secundario. No creo que la pulsión independentista sea menor para una parte importante de la ciudadanía que continuará activada por este planteamiento, pero parece evidente que la combinatoria de la confrontación estratégica en el seno del movimiento y del desencanto de una parte de los que hace unos años veían posible ese objetivo, está dando lugar a una nueva realidad en la política del país. Para algunos, el problema de fondo es el enfrentamiento entre independentistas, como si todo fuera sólo el resultado de la impericia de los dirigentes de las fuerzas en juego y apelan a una unidad de acción que, sencillamente, se ha convertido en imposible. Una parte de los «procesistas» ha entendido que no es realista plantear unos objetivos de máximos como alcanzables ni a corto ni a medio plazo y, aunque no lo reconozcan, admiten con el realismo actual que, de hecho, se equivocaron y mucho con la estrategia rupturista. Una vez roto el gobierno de “unidad”, las cuentas pendientes y la defensa del campo de juego de cada uno hace imposible ningún acuerdo político durante bastante tiempo. Los resentimientos y la disputa electoral resultan incompatibles con la confluencia.

Esquerra Republicana ha buscado ocupar el espacio central, creyendo que la combinación de la radicalidad verbal y la política pragmática les permitiría obtener la hegemonía haciéndose con el antiguo espacio convergente. Un ámbito ese que muchos se esfuerzan por rehacer, pero que los hechos parecen indicar que ya no existe, que acabó con el fin del pujolismo. Mientras, ERC pretende gobernar con unos estremecidos 33 diputados en el Parlament y sin contar con ningún otro apoyo. Han creído que la necesidad de sus votos para mantener la mayoría de las izquierdas en Madrid provocaría que los socialistas catalanes bajaran la cabeza y se dejasen humillar verbalmente por Oriol Junqueras cada vez que éste abre la boca. Pero las cosas no van exactamente así. Los demás también realizan estrategia política. Hay un hecho relevante y que expresa bastante la nueva realidad, Pedro Sánchez levantó una mayoría para aprobar los presupuestos de 2023 sin necesitar los votos de ERC en el Congreso de Diputados. Al final los republicanos, que amagaban con la abstención, se sumaron a la mayoría para simular que todo estaba igual, que seguían siendo imprescindibles. La realidad y la evidencia, es que ya no lo eran.

Y ahora Esquerra se encuentra en una inmensa soledad parlamentaria en Catalunya. De momento han dejado de descalificar a los socialistas catalanes y apelan a su responsabilidad para aprobar los presupuestos. Pero tendrán que hacer bastante más que eso y plantear una negociación abierta y seria. Si no es así, ¿por qué el denostado PSC debería darles oxígeno? Ciertamente si colaboran con la gobernabilidad en los próximos meses obtendrán rédito político en el espacio central del electorado, pero también se debilitarán entre aquellos que desean que, de una vez, se pase página de la vorágine independentista de los últimos diez años. Los republicanos, forzando la ruptura de la unidad de acción independentista obviaron una consecuencia lógica, que se quedarían solos y sin socios posibles. En los próximos años, sólo podrán gobernar las principales instituciones del país si realizan mayorías absolutas y, esto, no parece muy probable. Posiblemente les pasará en Ayuntamiento de Barcelona, ​​en la Diputación y en el Gobierno de la Generalitat. El PSC, en cambio, tiene variedad de socios como demuestra su situación actual en las citadas instituciones. En política, tan importantes resultan los votos que puedes conseguir, como tener puentes y posibilidades de pacto con otras opciones, tener amigos. Y quienes hoy en día se han situado en la centralidad política en Catalunya, son los socialistas y no los republicanos. Esto no se consigue por casualidades aritméticas sino por un largo trabajo al construir y mantener un discurso político que, huyendo del maximalismo, ha priorizado construir puentes más que en cavar trincheras.

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