Los resultados electorales y la cultura política predominante en una sociedad no siempre resultan coincidentes. Suele haber una parte variable del electorado que a menudo no se siente llamado a las urnas ya sea por falta de propuestas atractivas que lo representen, por cansancio o por puro desánimo. La abstención suele ser muy política tanto en sus causas como en sus consecuencias. En cualquier contienda política, los incentivos para participar suelen estar desigualmente repartidos. Hay sectores más activos, más motivados y tensionados, mientras que otros caen en un cierto espíritu de dejadez, el entorno y el contexto los llevan a una cierta abulia. Tiene todo que ver con los estímulos de las ofertas que compiten, con la convicción que emanan y, también, en las posibilidades de victoria. Poca gente va al colegio electoral si “los suyos» no les transmiten que vale la pena y que es posible. Los partidos políticos saben que es tan importante su discurso motivador hacia los adeptos como el no dar argumentos para que se movilice el votante contrincante. Las emociones que se generan tanto en positivo como en negativo tienen una gran importancia. En la Cataluña pujolista la abstención diferencial tuvo una gran importancia.
Durante décadas, una parte del electorado catalán se quedaba en casa cuando había elecciones autonómicas y facilitaba así el triunfo de un nacionalismo conservador que no reflejaba el conjunto de una sociedad que era más de izquierdas y más cosmopolita, como una mayor participación en otro tipo de elecciones ponía claramente en evidencia. Se daba la victoria al PSOE, pero no al PSC. El porqué no votaba en las elecciones catalanas era un misterio. El nacionalismo miraba de no irritarlos y así no darles motivos para participar, mientras que la izquierda y principalmente el PSC que era dominante en otras elecciones, no era capaz de activar un electorado mayoritariamente propio que se comportaba de manera absentista. Posiblemente no se transmitía la importancia de participar, no se ofrecía un relato claramente diferenciado y alternativo. La izquierda catalana terminó, probablemente, por ser prisionera del marco mental del nacionalismo y de Jordi Pujol. Su proyecto político no era contrapuesto y claramente nuevo al discurso nacionalista convertido en hegemónico, sino que era “un poco más de lo mismo” aunque rebajado un poco de tono. No se denunciaban en ningún caso los intereses de clase que se amparaban detrás del discurso de catalanismo político.
La fase independentista que toma el nacionalismo catalán a partir de 2012, con un discurso vibrante, fuertemente voluntarista y que apelaba a la épica ha funcionado sin duda como un potente estímulo a la participación política plena por parte de aquellos que han compartido este ideario. Como ha quedado patente, a pesar de ser muy numeroso y popular, el independentismo no es mayoritario en la sociedad catalana, aunque su discurso y la presencia en los medios sea dominante. Los que no son independentistas son muy diversos, tienen pocas cosas en común y, sobre todo, no están ni pueden ser orquestados como tales ya que, aunque mayoritariamente de cultura de izquierdas y de aspiraciones federalistas para la articulación de Cataluña dentro España, hay también sectores derechistas y poco dados a entender el concepto de una España plural. El cambio de marcha independentista en el entorno del 1 de Octubre, con un discurso muy agresivo y acciones unilaterales, terminó por irritar a una parte del habitual abstencionista de las elecciones catalanas, concentrando su voto en Inés Arrimadas la que simbolizaba un discurso de confrontación claro contra el independentismo, un relato y marco mental diferentes. Esto le valió, una victoria electoral tan imprevista como inútil en las elecciones de 2017. Como se ha demostrado después, era un voto de malestar y alerta y poco ideológico hacia a una candidata y un partido que no se sabía muy bien que eran y que, en todo caso, su batalla la pretendían librar en Madrid y no en Barcelona.
Apuntan los sondeos que este elector abstencionista activado puntualmente en 2017 volverá a inhibirse. El PSC recuperará algunos votantes que se le habían ido puntualmente por verlo demasiado en tierra de nadie, pero no parece de momento estimular a un 12-15% de los electores que si se movilizan en otras elecciones y que resultan cruciales. La encomiable actitud del PSC intentando no reforzar antagonismos ni bloques y buscando crear vínculos y conexiones, hace que una parte de la gente que podría formar parte de su cultura política no disponga de un relato alternativo ni una motivación clara para ir a votar, que no sienta sus valores suficientemente defendidos. No se transmite ni la energía ni la convicción de que otra Cataluña es posible, porque en realidad es mayoritaria. Construir puentes está muy bien, es una muestra de generosidad, pero quizás habría que hacerlo una vez se hayan afianzado algunas bases de sustentación imprescindibles, cuando se haya activado y articulado aquella parte de la sociedad catalana olvidada ya menudo menospreciada. También irritada. Si no es así, son poco más que buenas intenciones que el contrincante ridiculiza y que terminan para diluirse en medio del griterío de la política.