Hay inquietud por cómo comenzará el curso escolar. Resulta lógico. La comunidad educativa vive estos momentos de manera incierta, con muchos frentes y preocupaciones, y las autoridades políticas no hacen mucho para dar seguridades y proporcionar directrices claras. De hecho, muchas indicaciones resultan contradictorias cuando no decididamente incomprensibles. Obviamente, no hay certezas y los rebrotes irregulares y continuados de la pandemia no facilitan mucho las cosas. De todos modos, el tema es lo suficientemente trascendente y queda tan poco margen como para que se tomen determinaciones, ya. Lógicamente se hace todo muy complejo. Se deben hacer compatibles el ineludible imperativo de la escolarización con la prudencia social y sanitaria que a estas alturas resulta imprescindible. El retraso en tomar decisiones sobre el cómo se hace lleva a cabo el inicio del curso escolar tiene que ver con la información cambiante con relación a la evolución de la pandemia, pero, sobre todo, con el miedo que se tiene desde la administración de tener que lidiar con asociaciones de madres y padres indignadas cuando se produzcan en las aulas situaciones de positivos y de contagios. Pero más que la reacción de los padres en sí misma, preocupa el daño político que sufrirán los responsables de la toma de decisiones, los que saldrán a la fotografía del drama. Esto es aún más evidente en Cataluña, ya que en el conflicto que astilla al independentismo a las puertas de unas elecciones, el retrato en negativo le corresponde a ERC, mientras JxCat hace como si todo esto no fuera con ellos, aunque que presiden la Generalitat. Si la apuesta se decanta por la prudencia y se retrasa el inicio del curso, sólo se empieza parcialmente o por zonas, la imagen de desorden aún hará más daño a los que tengan la competencia.
La comunidad educativa, sin embargo, no está preocupada por un tema de imagen, sino por una serie de interrogantes que hacen que hoy en día su actividad resulte imprevisible. Los profesores saben que la formación de los niños se ha visto muy perjudicada por tantos meses de confinamiento y de cierre de las aulas. Las herramientas digitales suplen sólo un tiempo y mal la socialización de las clases. Conocen, que no todas las criaturas disponen en casa de las herramientas y las conexiones suficientes y precisas y, aún menos, de espacios adecuados. Las desigualdades económicas y sociales también se manifiestan en esto y el retraso en volver a la escuela no hace sino ensanchar la disparidad. Entienden los maestros del efecto que todo ello tiene en el proceso formativo de chicos y adolescentes, que no puede ser justamente hecho de manera discontinua. Comprenden la importancia de la relación y el intercambio en la escuela, de la gran función de las rutinas en la adquisición de hábitos sólidos y intuyen, también, lo muy vulnerable que resulta este colectivo agrupado en la propagación de enfermedades infecciosas. Los profesores entienden la desazón de unos padres que necesitan la normalidad escolar para poder reanudar sus actividades profesionales, así como que recuperar la actividad sin la prudencia y los medios imprescindibles puede resultar una temeridad. Escolarizar de forma salteada la mitad de los estudiantes, es una muy mala alternativa. Y conocen bien tanto los profesores como toda la comunidad educativa las limitaciones materiales que sufren los centros escolares, especialmente ahora para acoger un curso tan particular. Las aulas no tienen las dimensiones suficientes para albergar a los grupos y mantener las distancias sociales y sanitarias. No hay suficiente aulario para desdoblar los grupos y, en caso de tenerlo, lo que no disponen es del número de profesores para atenderlo.
Supongo que en el mundo educativo, como a toda la ciudadanía en general, nos hubiera gustado que nuestros gobernantes hubieran afrontado este tema ya hace meses y de manera más seria, humilde y responsable de lo que lo están haciendo. Que hubieran previsto y presupuestado medios materiales y humanos y que hubieran dibujado unos objetivos, una estrategia y una hoja de ruta para no tener que ir improvisando. Y a poder ser que lo hicieran de manera concertada, escuchando los que saben, sin tirarse los trastos a la cabeza y menos especulando con quien será el que saldrá más feo a la fotografía. Seguramente, sería mucho pedir.