Siempre se ha dicho que las crisis generan oportunidades. Una frase que pretende confortar a la mucha gente que sobre todo las crisis les comportan empobrecimiento, dificultades, desempleo y sufrimiento. Pero ciertamente que algunos sectores de actividad y muy especialmente aquellas empresas que operan casi en régimen de monopolio, pueden obtener beneficios adicionales que les sirven para reforzar su liderazgo. Como es evidente, el capitalismo actual mantiene cada vez menos el espíritu competitivo que le vio nacer y si una tendencia a la concentración y el oligopolio. Si en algún ámbito de la economía esto es especialmente así es en las veneradas corporaciones tecnológicas, las cuales funcionan en la lógica de ganador único. Esto se hace muy evidente en aquellas compañías que no producen nada y que se han convertido en campeonas de la intermediación como Amazon, Google o Facebook. No hay en este mundo espacio para ser segundo, aunque menos para poder competir. Su enfoque no lleva a la hegemonía sino a acabar con cualquier competencia. Resulta paradójico que aquellos que habían hecho doctrina anticomunista apelando a no depender de un proveedor único de productos que era el Estado, ahora se conformen tan ricamente a tener que comprar todo en Amazon.
Cuando se habla de las grandes tecnológicas hijas de Silicon Valley y de su dimensión que las hace invulnerables a cualquier limitación o límite formando el acrónimo de GAFA, se contrempla en ellas Apple, la cual es de hecho la más importante en cuanto a la valoración bursátil. A diferencia de las anteriores no es una plataforma intermediaria, sino que pone en el mercado productos tangibles, aunque estos se producen de manera subcontratada en «el corazón de las tinieblas» de las factorías industriales asiáticas. También tiene como particularidad que, a pesar de producir a costes muy reducidos, no ha apostado por los precios bajos. Más bien al contrario. Ha convertido la marca de la manzana mordida en un icono y sus productos son buscados y codiciados, aunque carísimos, por su carácter aspiracional y de representación de estatus. Su gran valor resulta su capacidad de fidelización. La demanda de sus productos ha aumentado con el confinamiento y sus resultados empresariales no han hecho sino mejorar. Su producto estrella, el iPhone, se ha vendido más que nunca. Parece que su facturación este año superará el cuarto de billón de dólares y que sus beneficios netos no bajarán de los 65.000 millones de dólares. Como se puede ver, una desaforada tasa de beneficio neto que ronda el 25%.
Durante la crisis del coronavirus, las grandes tecnológicas se han convertido en valores refugio para muchos inversores bursátiles, y hacia Apple muy especialmente. Se ha erigido en la mayor empresa de la historia en valoración bursátil pasando delante de la petrolera saudí Aramco, sobrepasando los simbólicos dos billones de dólares. Ha superado el PIB de Italia y se ha convertido en la octava economía del mundo. Una historia de ganadores de aquellas que gustan tanto a los americanos. Cuando salió a bolsa en 1980, las sus acciones cotizaron a 22 dólares; hoy estaban a 480. Cuarenta años de ordenadores personales intuitivos y de diseños atractivos, de haber ideado las tablets y de haber revolucionado nuestros comportamientos con los teléfonos inteligentes. También de haber arrasado la industria musical con el iTunes. Ahora su estrategia está en la línea, como todos las tecnológicas, de avanzar en la Inteligencia Artificial, así como de asaltar el mundo financiero. AppleCard es el inicio. En lo que no ha cambiado la compañía y es lo que explica sus resultados económicos extraordinarios, es en su escasa voluntad de pagar impuestos. Opera siempre a través de paraísos fiscales, donde parece tener descansando fondos que superan los 250.000 millones de dólares, los que únicamente ingresará en Estados Unidos en caso de ofrecerle una moratoria fiscal. Su carácter global, le permite especular con los precios de transferencia. En España sus sociedades instrumentales para operar, declaran pérdidas. Su capacidad de intimidación sólo es comparable a su arrogancia.