Cuando las cosas van mal miramos al Estado y esperamos que la red de protecciones públicas sea suficiente y funcione. A pesar de que los últimos treinta años amplios sectores políticos y una parte importante de la economía académica ha batallado insistentemente para empequeñecer el papel público en la economía y disminuir al mínimo las prestaciones del Estado de bienestar en nombre de una dudosa eficacia y eficiencia, apelando al carácter «desincentivador» del esfuerzo que tienen la asistencia y seguridades colectivas, suerte hemos tenido que no se les hizo del todo caso. Es el maltratado sistema de salud pública el que nos tiene que sacar las castañas del fuego, a pesar del maltrato recibido en presupuestos y recursos desde hace años, como es también el sistema de investigación médica y científica pagada con fondos públicos el que deberá aportar la innovación y conocimiento para sacarnos de la oscuridad y los miedos actuales. Son los lazos, vinculaciones y solidaridades colectivas los que hacen fuertes los individuos particulares y crean la noción de sociedad. Para construir sociedades razonablemente seguras, prósperas y cohesionadas tiene que haber un sistema de gobernanza que equilibre, gestione, gobierne y, cuando sea necesario, tome decisiones en nombre del bien público. La suma de egoísmos individuales no construye ninguna colectividad ni nos aseguran el bienestar. Quizás sería hora de que abandonáramos la ficción individualista que algunos doctrinarios nos han ido repitiendo durante mucho tiempo y que asumiéramos del todo que no es el Mercado quien pueda resolver los grandes temas sociales, pues no le ha sido dada a esta institución ni criterios éticos ni morales. Podríamos recordar, por ejemplo, cuando el consejero de los grandes recortes sanitarios en Cataluña, Boi Ruiz, decía aquello de «la salud es un bien privado que depende de uno mismo, no del Estado …, no existe un derecho a la salud», rememorar a cualquiera de los sermones liberales televisivos del economista «en colores» Xavier Sala-Martín. Quizá sea justicia poética que la gran privatizadora de la sanidad madrileña sea atendida ahora en un maltratado hospital público.
Y es que España o muchos otros estados europeos, aunque debilitados por años de doctrina neoliberal y globalizadora, sostienen no sólo el sistema sanitario y educativo cuando pintan bastos, sino que toman medidas económicas y sociales de gran calado para minimizar efectos demoledores que está teniendo la pandemia. Resulta ciertamente curioso que la derecha y todos aquellos que priorizaban hasta hace poco el déficit y la deuda y que abonaban las contractivas políticas de austeridad, ahora no hagan ascos e incluso defiendan los programas expansivos de algunos gobiernos. Ha sido necesario el coronavirus que descubrieran las virtudes del keynesianismo, es decir, de la intervención correctora del Estado en la economía y el carácter benefactor y multiplicador de un gasto público bien orientado. Nunca es tarde, si la convicción se mantiene más allá de las circunstancias excepcionales actuales y aprovechan para rectificar algunas creencias políticas y económicas que resultan letales.
Estos días ha habido un amplio movimiento espontáneo para reconocer el valor, el trabajo abnegado y arriesgado, de los profesionales de la sanidad. Está muy bien y lo comparto. Pero más allá de demostraciones puntuales de tipo emocional, el mayor reconocimiento que les podríamos hacer -y de paso nos lo haríamos nosotros mismos- es aceptar la bondad de una fiscalidad progresiva adecuada rehuyendo fraudes y elusiones fiscales. La defensa del Estado de bienestar y de sus prestaciones y seguridades, se demuestra pagando los impuestos, así como optando por opciones políticas que defiendan sociedades equitativas, solidarias y cohesionadas; proyectos de futuro que hagan prevalecer todo lo social y colectivo en lugar de un individualismo competitivo que acaba siempre por resultar empobrecedor. Quisiera creer que la epidemia actual puede ser una magnífica ocasión para repensar algunas cosas y mudar algunas prioridades, y que demostráramos haber aprendido alguna lección importante hacia el futuro.