Chile

El multitudinario estallido social que se ha vivido en el país andino desde el mes de octubre ha cogido a casi todos descolocados. A todo el mundo, menos los chilenos, claro. Un país del que se sabe poco pero que, desde el retorno de la democracia tras la sangrienta dictadura militar de Pinochet, se le tiene por un lugar estable y de crecimiento económico sostenido. Hecho este que, como se pone en evidencia ahora, no era exactamente así, con unos problemas de desigualdad social y de laminación de las clases medias que han terminado por desbordar una paz social que no era tal. Los malestares son tan profundos que han acabado manifestándose de manera masiva y, sorprendentemente, de forma extraordinariamente agresiva y violenta teniendo en cuenta el protagonismo de los sectores medios y relativamente acomodados de la sociedad. Lógicamente la respuesta gubernamental de sacar el Ejército a la calle a «poner orden» y dar vía libre a la policía ha dado lugar a todo tipo de excesos. Los tics todavía pinochetistas de las fuerzas armadas han acabado convirtiendo la protesta en una batalla campal y la represión recuerda la forma en que se llevaba a cabo en las peores épocas de la dictadura. La gente al ser detenida grita su nombre, no sea que se le hiciera desaparecer como antes. El balance de daños resulta aterrador: 20.000 detenidos, 1.200 presos, 2.000 heridos y 26 muertos. Pero sobre todo una sociedad irritada que ha perdido todo tipo de consideración por la política y los políticos. Salida muy difícil. El derechista presidente Sebastián Piñera, absolutamente desbordado, sigue sin entender nada de lo que pasa; como es que una gran cantidad de sus votantes han terminado por perderle de manera definitiva el respeto. Y no sólo a él, por extensión a todo un sistema político que aún descansa en una Constitución de 1980, que emana de la dictadura.

Y es que, en Chile, tierra de experimentación políticos y sobre todo económicos, algunas recetas se han demostrado letales. Con el golpe de estado que acabó con la democracia y la vida del mítico Salvador Allende, Milton Friedman y la Escuela de Chicago de economía encontraron el lugar adecuado para ensayar con los postulados más ultraliberales que se han llevado nunca a la práctica. Todo desregulado y privatizado sin red social y de contención de ningún tipo. La dictadura amparó y blandía orgullosa ser un laboratorio de liberalismo extremo donde, decían, se evidenciaban las virtudes de dejar que el Mercado fuera quien de manera exclusiva marcara la pauta. Cuarenta y pico años después, y sin que los lapsos de gobiernos socialdemócratas hayan dejado mucha huella, la sociedad chilena es altamente individualista y competitiva, pero extraordinariamente desigual y carente de cualquier estructura solidaria y de cohesión. Las clases medias han quedado atrapadas en un bucle de endeudamiento que les ha permitido vivir durante años en una ficción de bienestar que ya no pueden sostener y, ni siquiera, devolver la deuda. Todo es de pago en Chile. Los estudiantes universitarios tardan media vida profesional poder devolver la deuda que han contraído para pagar el acceso a sus titulaciones. Que el desencadenante del levantamiento popular fuera el aumento, casi ridículo, de treinta centavos del billete de metro no quita razones a los sublevados, sino que nos indica el grado extremo de descontento, saturación de humillaciones y de falta de expectativas de buena parte de la población andina.

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Una pintada en la capital afirma que, si el neoliberalismo nació en Chile, en Chile morirá. La primera parte de la afirmación es estrictamente cierta, pero la segunda demuestra probablemente un exceso de optimismo y obvia que una parte significativa de los ahora airados manifestantes aceptaron y convivieron muy a gusto y durante muchos años con políticas económicas que les generaban una falsa sensación de progreso económico y de enriquecimiento personal. Al fin y al cabo, el capitalismo no es una entelequia, sino el resultado de acciones y omisiones particulares. En el caso de Chile resulta especialmente preocupante, como también ocurre en algunos otros países de la zona, que los malestares y exasperaciones no dispongan de un vehículo de proyección, de una conducción ideológica y política que pueda convertir el disgusto profundo en una fuerza de cambio. Los levantamientos «antipolíticos» suelen acabar en manos de caudillos -a menudo milicos- que los conducen fuera del sistema democrático. En Latinoamérica hay ejemplos de ello para aburrirse.

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Un comentario

  1. Acertado y sobrio comentario sobre Chile. Pará NADA habitual encontrar no en análisis de Europa ni de las izquierdas Latinoamericanas, que imaginan (en realidad desearían) que en Octubre en Chile ha comenzado un proceso revolucionario. Nada más lejos. Felicitaciones Profesor Burgalla. Está cumpliendo con el rol y la responsabilidad de los intelectuales. Manuel Acevedo Universidad de Buenos Aires.

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