Trump afirma en un tuit querer comprar Groenlandia y se ofende cuando Dinamarca se ríe de la ocurrencia. Boris Johnson apuesta por un Brexit salvaje y, de manera insólita, fuerza a la monarquía británica a que suspenda el Parlamento y así hacerlo inevitable. Esta es la nueva política: cruda, descarnada, ridícula, irresponsable y altamente peligrosa. A medio camino entre el espectáculo que distrae a un público irritado y una manera autoritaria, gore, de entender la política democrática. No son dos casos desgraciados, producto de la desdicha. Los votantes sabían por quien lo hacían -y por eso lo hacían-, y aunque bastante extremos, resultan políticos bastante representativos de las formas institucionales que se están imponiendo con esta mezcla de ideología de «derecha desacomplejada» y de formas populistas .
Porque el populismo no es en realidad una ideología política, es más bien una «lógica de acción política», tal y como lo definió uno de sus principales teóricos. No tiene ni un preciso ni un único contenido ideológico o doctrinal, sino que se define como un estilo de acción y por el uso de determinadas formas retóricas con el objetivo de hacerse con la «hegemonía». Por eso mismo hay populismos situados en todo el arco ideológico. Claramente hay populismos, especialmente los latinoamericanos, que se han conformado como una alternativa de izquierdas frente a las tradicionales, mientras que en Europa el populismo predomina más bien en la geometría política del campo conservador, oscilando entre la derecha más o menos liberal y la derecha más extrema. El populismo combina un estilo político con un estado de ánimo. De hecho, «populismo» es un término que ya aparece en Herder, para definir la pertenencia a un grupo, lo que implica una subordinación del intelecto a la intuición nacionalista. Sentido de pertenencia que el filósofo alemán no entiende de manera pasiva, sino de cooperación activa para la conquista de las propias metas del grupo. Para este pensador, ser miembro de un grupo significa pensar y actuar de una manera concreta, a la luz de metas, valores y representaciones particulares del mundo. Es pensar de una determinada manera, lo que te hace pertenecer al grupo.
Los populismos reclaman la recuperación de una comunidad social y cultural, generalmente de carácter interclasista, que se ha deteriorado por procesos globales de cambio social que han provocado una desestructuración empobrecedora, ya sea la globalización, la desindustrialización, las migraciones… Se reclama una reacción urgente y masiva ante un proceso que se cree, rápido, disoluto y orquestado por las élites dominantes en pro de sus intereses económicos, políticos y sociales. En muchas de sus acepciones, la nacionalista por supuesto, se pretende la vuelta a un pasado idealizado y un predominio de los valores de la comunidad natural. La simplificación resulta siempre una de sus bases fundamentales. Abreviatura en relación a la configuración del «pueblo» y sus enemigos, así como en sus propuestas políticas concretas. La retórica contundente y simple parece dar respuesta completa a las contradicciones que se afirma querer superar. De hecho, la consecución de la «hegemonía» se utiliza como sinónimo del triunfo de la «causa». Por lo tanto, la emocionalidad rodea el empeño y desborda cualquier racionalización. Rabia e indignación como sentimientos primarios que crean comunidad, combinadas con entusiasmo y esperanza puestas al servicio de un movimiento emancipador y respecto de aquellos líderes que la encarnan. Repugnancia por el otro y sentimentalidad casi ingenua hacia el «nosotros».
La democracia liberal y el mismo concepto de tolerancia son puestos en cuestión por la mayoría de movimientos populistas. La democracia es un instrumento formal para evidenciar hegemonías, desnudando esta de sus mecanismos intermedios y de la deliberación como la base de configuración de consensos. Una concepción de la democracia vaciada de política. Se trata de, a través de los comicios, evidenciar victorias y formalizar derrotas, convirtiendo todo proceso electoral en un plebiscito en el que se manifiesta la voluntad de un pueblo en forma de mandato. No es una cuestión de actuar y promover los valores y la cultura democrática, de aceptación de la diferencia, sino de utilizar los sistemas democráticos para ocupar las instituciones y actuar a la luz del mandato recibido, con tics netamente totalitarios. La negación del «otro» va siempre acompañada de responsabilizarlo, como enemigo, como el causante de los males y frustraciones que se puedan sufrir.