Europa

El otro fin de semana se produjeron unas elecciones claves para nuestro futuro, las elecciones al Parlamento europeo. Han pasado relativamente desapercibidas, se conciben como unas votaciones menores en las que hay bastante menos fervor y aún hoy muchos electores las afrontan como el ámbito donde manifestar su rechazo en relación a problemas internos. La tendencia a ser unas «elecciones protesta» se va consolidando y muchos ciudadanos se dan el capricho de votar con las vísceras, lo que hacen un poco menos cuando las elecciones son en clave interna de país. Es como si creyeran que su responsabilidad queda diluida en medio del maremágnum. En este caldo de cultivo, los populismos identitarios tan en boga en Europa se mueven con mucha comodidad y obtienen victorias y resultados espectaculares. Como consecuencia, un notable debilitamiento de la Unión Europea y del mismo concepto del europeísmo. En España, desde el punto de vista electoral ha habido un notorio reforzamiento del PSOE, lo que facilitará que el gobierno español pueda jugar un papel más central en la definición de las políticas futuras de la comunidad y Pedro Sánchez pueda tener un rol preferente dentro la maltrecha familia socialdemócrata europea. Pero en España, la coincidencia con elecciones autonómicas y municipales ha provocado que las urnas europeas quedaran como secundarias, cuando de su resultado dependen temas bastante más relevantes de los que emanarán de las alcaldías o de las presidencias de comunidad autónoma. Los fundamentos de las futuras dinámicas económicas, laborales, sociales y medioambientales se ponen a partir de las hegemonías políticas que se establecen en Europa. Ni más ni menos.

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La Unión Europea ha evidenciado notables carencias y debilidades en los últimos años, especialmente a raíz de la crisis económica de 2008 y debidas también a una rápida ampliación hacia el este de Europa que, a estas alturas, está costando mucho de hacerle la digestión completa. El predominio de las políticas neoliberales de la austeridad, el triste papel del Banco Central Europeo en relación a los problemas de sus miembros, la abrumadora y excesiva hegemonía alemana, una enorme burocracia en crecimiento exponencial, una imagen de responder únicamente a un proyecto economicista o la debilidad de legitimación democrática de algunas de sus instituciones facilitan la crítica y una más bien escasa identificación popular. Pero deberíamos reconocer, que buena parte de los ciudadanos europeos estamos donde estamos gracias al papel de las instituciones europeas. Y esto no sólo por los abundantes fondos de cohesión y de convergencia que han levantado notablemente nuestro nivel económico, sino también por haber sido beneficiarios del modelo social europeo integrador y por haber impuesto o bien aumentado en todos los países las exigencias y estándares de cultura y comportamientos democráticos. Los problemas planteados y las incertidumbres futuras requieren de más Europa y no de menos, aunque sus instituciones necesiten de mejoras inexorables tan en su funcionamiento como en relación a su credibilidad.

La mayor dificultad para hacer avanzar la europeidad es justamente que ésta no responde a una noción identitaria, al menos en su sentido tradicional. Europa son valores compartidos de libertad, democracia, dignidad colectiva y cohesión. Representa un modelo social y cultural y no un sentido de comunidad hecha a partir de argumentos étnicos, lingüísticos o religiosos. Esto le da una cierta debilidad ante unos Estados-Nación que se resisten a diluirse y, especialmente ahora, ante el crecimiento de argumentarios nacionalistas que contraponen comunidades cerradas en nociones casi tribales, escasamente democráticas, y dadas a la exclusión y la xenofobia, que niegan el concepto de Europa o bien se definen como euroescépticos. Pescadores en tiempos de confusión que no hacen sino construir enemigos y levantar barreras que no comportarán más que profundizar en el empobrecimiento de aquellos que dicen representar y querer emanciparse. El nacional-populismo ha impuesto en muchos lugares, en demasiados: Gran Bretaña, Francia, Polonia, Italia, Hungría o Bélgica. Y también en Cataluña.

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