Ciudades sin comercio

Paseando por cualquier ciudad se observa un rápido deterioro y tendencia a la desaparición del comercio, al menos en su sentido tradicional. El número de locales vacíos es creciente y los rótulos de negocios en traspaso no dejan de aumentar. Pasa en las zonas de ensanche, pero también a los ejes más centrales de las ciudades, a menos que se forme parte de itinerarios turísticos que, ahí, aparece una oferta nueva y específica con el fin de sacar provecho, en general poco apta para autóctonos. Los comercios de proximidad que prestaban servicios, proporcionaban calidad de vida o generaban riqueza y seguridad, en poco tiempo serán poco más que historia. Hay quien lo atribuye al profundo cambio en el comportamiento de los consumidores, cada vez más dados a comprar por internet y dar vida a las grandes plataformas que monopolizan este comercio. Dicen que hacerlo así es más práctico, o más barato, como si obtener las cosas evitando cualquier tipo de relación con personas contribuyese en algo a mejorar nuestra satisfacción. El auge de las transacciones electrónicas, especialmente entre generaciones digitales, es una obviedad pero no explica por sí solo la declinación acelerada de la actividad comercial en nuestras calles. Si vamos a las zonas suburbanas y vías de entrada de las poblaciones, nos encontraremos con todo tipo de oferta comercial y con mucho público. Lo que eran polígonos industriales, ahora se han convertido en polígonos comerciales y la afluencia de gente es colosal. Hay aparcamiento fácil, abundante oferta de productos baratos, podemos hacer todo tipo de compras, supermercados y grandes superficies comerciales especializadas en abundancia, hay todo tipo de marcas franquiciadas de referencia y lugares de recreo y salas de cine. Los bares ya no son los ancestrales tugurios de «polígono», sino cafeterías cómodas y de diseño. La gente ya no llega al centro de las ciudades para pasear y comprar, sino que queda en estas zonas suburbiales, las cuales son completamente iguales en todas partes e intercambiables. «No lugares» en la gráfica terminología del antropólogo francés Marc Augé.

Resultat d'imatges de locales comerciales cerrados

No es la tecnología que está acabando con el comercio urbano diverso y de calidad, sino las malas políticas urbanísticas. La compra por internet sólo está poniendo los últimos clavos de un ataúd fabricado desde los ayuntamientos, ya sea por acción o por omisión. Cuando se otorgan licencias a todo tipo de grandes superficies comerciales, cuando se convierten los polígonos antes industriales ahora de actividades terciarias justamente se está provocando este vaciado urbano de actividades. Cuando no se protege el comercio tradicional, cuando se facilitan los alquileres especulativos, cuando no se propicia el asociacionismo colaborativo de los comerciantes, el efecto es el mismo. Para las haciendas municipales resulta muy lucrativo otorgar licencias de construcción y apertura de grandes centros comerciales, pero el efecto a medio plazo es el empobrecimiento notorio del tejido y la actividad urbana. Cuando hay elecciones, todo el mundo se llena la boca en la defensa de los comerciantes y su actividad, pero las políticas que luego se hacen suelen tener poco que ver. Una ciudad sin tiendas, o con pocas y degradadas, se convierte en un territorio inhóspito, empobrecido e inseguro. Vamos perdiendo la antigua condición de las poblaciones mediterráneas, hechas de un espacio urbano de mezcla de usos, vivo y ruidoso, para ir hacia un modelo anglosajón basado en los centros comerciales y de ocio instalados en su perímetro. El mundo del predominio del automóvil y de debilitamiento de la interacción social típica de cuando la vida se hacía en el espacio público. Hace unos años, aunque fuera de manera tópica, se acostumbraba a discutir sobre el «modelo de ciudad» que se quería y se promovía. Ganadora la política de los hechos consumados y de dejar hacer al Mercado, como si éste poseyera valores intrínsecos, este concepto ya ni siquiera se plantea en las campañas municipales.

Mientras tanto, en los bajos comerciales antaño tan codiciados, ahora se instalan precarios negocios que operan en el mundo de los productos low cost, propuestas comerciales que a simple vista se ve claro que se mueven entre la informalidad, la marginalidad y lo que es efímero. En un país tan tradicionalmente de tenderos, parece que estos hayan tocado a retirada. Afirman que sus negocios familiares ya no tienen continuidad, que los hijos no quieren quedar prisioneros de unos horarios tan exigentes. No deja de resultar llamativo, que muchos de los que ocupan su lugar, lo hacen en horarios casi non stop.

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