La tecnología digital está modificando profundamente nuestras vidas. Condiciona ya absolutamente nuestra percepción de las cosas y nos recluye en una caverna en la que ya sólo nos oímos a nosotros mismos o, mejor dicho, el «nosotros» que nos han construido los algoritmos y del que ya difícilmente podemos escapar. Nos creemos hipercomunicados, pero en realidad estamos más aislados y solos de lo que nunca habíamos estado. Una de las deformaciones mayores a la que nos han conducido el universo de pantallas entre las que nos gusta surfear, es la pérdida de toda privacidad e intimidad. Las redes sociales, nos inducen a restar siempre expuestos a la mirada de los demás mientras que, paralelamente, ejercemos de voyeurs de las exhibiciones impúdicas que hacen los demás en las redes. Intentamos llenar el vacío de las nuestras vidas previsibles e insustanciales a base de recortes de vidas imaginarias que poco tienen que ver con la realidad. De eso habla esta distópica novela de la escritora argentina radicada en Berlín, Samanta Schweblin. Explora los límites de las nuevas tecnologías y la relación con los seres humanos con ella a través de diferentes relatos y protagonistas. Y es que los Kentukis son una mezcla de peluche y robot. Están manejados por personas anónimas que se esconden detrás de un ordenador y manipulan el muñeco a su gusto en la casa y en la intimidad de otro. De este modo, el peluche es el acceso remoto de un ciudadano a la vida privada de otras personas. En la novela, Schweblin narra las relaciones de diferentes personajes con sus respectivos Kentukis, tanto desde el punto de vista de «los dueños», como desde el punto de vista de aquellos que deciden permanecer en el anonimato y ser un peluche robótico que vive después en una pantalla. Un invento que permite la tentadora idea de vivir en otros mundos y escrutar vidas que no son la tuya. Existe la insana curiosidad de observar, pero aún más la pulsión enfermiza de desear ser observado.
En Kentukis (Random House, 2018), la escritora argentina consolida su apuesta literaria fronteriza tanto en términos de contenido como de estilo, como ya quedó patente en su magnífico libro de relatos Siete casas vacías, que publicó en 2015 la editorial Páginas de Espuma. A partir de una idea insólita, tecnológicamente viable, y que quiere ser como la metáfora de nuestra relación con las redes sociales, nos plantea la compleja, contradictoria y a menudo poco edificante que tenemos con la tecnología, y nos lleva al límite de los nuestras pulsiones voyeuristas y exhibicionistas, encarando así los límites éticos que debería tener el asalto actual a la intimidad y la tendencia a chismorrear con los deseos y la vida privada de los demás. Aunque la tecnología tiene un papel central en la novela, el tema del que nos habla no es de las máquinas, sino de las personas que hay detrás de su concepción y sobre el uso que hacemos de ellas. «El mal real detrás de la tecnología es otro ser humano», afirmó de manera clara la escritora en alguna entrevista. Un libro interesante, estimulante y profundamente inquietante sobre unos tiempos en que, en nombre de la tecnología, se tiende a perder tanto el pudor como el respeto. Todo forma parte ya de un inmenso escaparate.