Steven Levitsky-Daniel Ziblatt. Cómo mueren las democracias

Si antes las democracias fracasaban debido a golpes de estado militares, desde hace un tiempo, sobre todo lo hacen ellas mismas, desde dentro. Como demuestran numerosas elecciones europeas, latinoamericanas, los Estados Unidos de Trump, o más recientemente el Brasil de Bolsonaro, el debilitamiento y falseamiento de sistemas plenamente democráticos la encabezan líderes electos. El retroceso de la democracia, pues, ahora comienza a las urnas. Los muchos y diversos malestares de la ciudadanía los llevan a hacer opciones que sólo representan una apariencia de democracia -elecciones-, pero que aspiran a limarla hasta vaciarla de contenido. El proceso puede resultar para mucha gente casi imperceptible, ya que el vaciado de los valores que eran compartidos se hace de manera sutil y, en ningún caso, apelando a la constitución de ninguna dictadura. Ya nos advirtió Thomas Mann a mediados del siglo pasado, que el fascismo retornaría a Europa y los Estados Unidos con la bandera de la libertad, lo que, de hecho, lo puede hacer mucho más peligroso. Porque democracia es sobre todo una cultura y un modo de comportarse y entender el mundo, más que un tema meramente electoral. La democracia es deliberación y es respeto. Debe ser la administración civilizada de la diferencia, el ámbito de acuerdo de intereses diferentes y a menudo contrapuestos. De todo ello habla el libro de estos politólogos de la Universidad de Harvard, de cómo las democracias funcionan mejor y sobreviven durante más tiempo cuando las constituciones se apuntalan con normas democráticas no escritas. La tolerancia mutua o el acuerdo entre los partidos rivales a aceptarse como adversarios legítimos serían dos de fundamentales.

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A Cómo mueren las democracias (Ariel, 2018), Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, analizan a partir de la historia del sistema político de Estados Unidos, como ha sido posible un fenómeno tan contrario en aquella cultura política como es el triunfo de Donald Trump en las elecciones del 2016. Justamente consideran que el surgimiento de un candidato externo a la maquinaria del Partido Republicano lo que lo facilita. Las maquinarias de los partidos, tan denostadas tienen una función positiva como es la de evitar los extremismos. No tanto por una cuestión de grandeza política, sino porque han convertido en virtud la alternancia, y ésta es enemiga de hacer tierra quemada y practicar comportamientos de bandosidad. El mundo mediático -básicamente la Fox-, las fundaciones de derecha extrema y todo tipo de telepredicadores ultrarradicales han acabado por dominar al Partido Republicano, el cual ha llegado a promover una cultura del conflicto «terminal» continuado frente a los adversarios, que los lleva a comportarse de manera autócrata. Se pierde el respeto por el adversario, convertido en enemigo irreconciliable, se niega su legitimidad y cualquier posibilidad de derrota es atribuida a un posible falseamiento electoral. Una vez en el poder, no se practica ningún tipo de «contención institucional», sino que se utilizan las prerrogativas institucionales de manera desenfrenada. Lo que el politólogo Eric Nelson ha definido como «ciclo de extremismo constitucional creciente». Ya no se trata de ser transversal políticamente, si no de definir un claro campo de exclusión, recuperando valores de negación del otro de tipo medieval. El resultado, una democracia vaciada de contenido y una sociedad fracturada. Un análisis lúcido y elocuente que parte de los EEUU, pero que es válido y presente en Europa, en España, en Cataluña…

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