La política tiene esto. Cuando parece que se está ante una situación de inercia y que cualquier posibilidad de cambio está bloqueada, se producen circunstancias nuevas, inesperadas e imprevistas que dan un vuelco a la situación. A veces es poco más que alguna cuestión el simbolismo de la cual provoca un cambio en la percepción y el ánimo de la opinión pública. Hay quien dice que en esto consiste la grandeza de la política, que nada está escrito y nada es definitivo. No estoy muy seguro. La mudanza súbita de las percepciones no suelen modificar los problemas o los retos de fondo, que acostumbran a ser de digestión más lenta. En todo caso, la política entendida como espectáculo de masas, funciona de esta manera. Quién iba a decir hace sólo unas semanas que a un desaparecido Pedro Sánchez y a un desdibujado PSOE, se les presentaría una ocasión como el actual para situarse de nuevo en el centro del tablero político y dotar a España de un gobierno radicalmente nuevo. Y de hecho, no ha pasado nada que no fuera previsible en relación a que la corrupción como sistema del PP algún día acabaría condenada por los tribunales. Pero la contundencia de los jueces con la trama Gürtel la misma semana que con la detención de Zaplana, casi todo el Gobierno de Aznar esté encausado por alguna forma de deshonestidad, ha terminado para alinear los astros y facilitar la resurrección del PSOE y la posibilidad de un cambio de signo político relevante y necesario en España.
Escribo esto dos días antes de la discusión de la Moción y sin saber cómo acabará, aunque parece evidente que si no triunfa es porque Rajoy dimitirá antes para evitarlo, o una nueva moción expreso para convocar elecciones inmediatas en la que entraría , ahora sí, Ciudadanos, pondrá fin a la legislatura. No parece que la capacidad que sobradamente ha demostrado Rajoy para sobrevivir a base de hacer dejación de funciones, le será suficiente esta vez. Ni siquiera apelar a los peligros de la inestabilidad estando abierto el tema catalán le será suficiente. Ciudadanos forzará unas elecciones que las encuestas, a día de hoy, indican que ganaría. Lo paradójico en esto es la situación y el papel de los grupos nacionalistas-independentistas de las Cortes españolas. ERC y PDCAT se ven prácticamente obligados a apoyar el cambio, aunque el sector Puigdemont-Torra abona por una abstención que favorecería el PP, porque dicen que su reino -o república- no es de este mundo. No se entendería mucho que habiendo criminalizado Rajoy durante estos años, ahora en facilitaran su continuidad. Se deberán comer, sin embargo, el apoyar a uno de los «partidos del 155». Y obtendrán poco a cambio, probablemente sólo una mejora de formas y de tono. Nadie les ofrecerá nada más en la política española. Si, en cambio, facilitan elecciones y el acceso de Ciudadanos al poder, ni eso. Intuyo que se dejarán de pureza y que apostarán por la realpolitik, por poco épico «mal menor».
Resta como decisivo, una vez más, el PNV. Convertidos en los «grandes cínicos» de la política española. Pueden hacer algo y todo la contraria, de manera simultánea. Ahora tal vez son víctimas de su exceso de pragmatismo. Acaban de aprobar los presupuestos del Estado, y se lo habían hecho pagar bien en el sentido pecuniario del término. Han dado estabilidad al gobierno del partido Popular con una mano, mientras con la otra negociaban una reinstitucionalización de Euskadi con los de Bildu o bien decían exigir la derogación del 155 en Cataluña. Ahora no sé si tienen una salida política buena, pero lo que es seguro que no la tienen digna. Al fin y al cabo, de ellos depende que haya temporalmente un gobierno nuevo, de izquierdas, o dejar que se vaya a unas elecciones donde unos posibles vencedores piensan poner en cuestión un poco equitativo concierto económico vasco. En todos los escenarios posibles a partir de esta semana, lo que no se vislumbra es lograr una estabilidad política para poder poner en marcha políticas económicas y sociales renovadas, como tampoco para generar un clima político de distensión.