Barcelona es una ciudad de un enorme atractivo, con una poderosa marca de referencia, de grandes potencialidades, con numerosos retos plateados y profundos problemas a resolver y que más que mal gestionada, parece que hace tiempo que sencillamente no tiene dirección y casi nadie que se ocupe como se merecería. Ya sé lo de que cuando la sociedad civil es sólida y que cuando las energías ciudadanas son poderosos incluso se puede salir adelante con malos políticos o con la falta de ellos. Cuando se afirma eso, se suele poner como ejemplo el caso italiano, que a pesar de tener un sistema inestable y unos políticos carentes de sentido de responsabilidad, el país, mal que bien, va saliendo adelante. Vivimos en un mundo en el que las ciudades, las redes de flujos económicos, culturales y humanos, que se articulan a partir de las grandes ciudades, se han convertido en cruciales. Ya no es sólo que gran parte de la humanidad vive en grandes urbes y entornos metropolitanos, sino que éstas tienen mucha más incidencia que unos decaídos Estados-Nación a la hora de conformar nuestro entorno y proporcionarnos un nivel y una calidad de vida dignas, o no. Todas las posibilidades confluyen en las grandes ciudades, pero lógicamente también buena parte de los problemas de una sociedad cada vez más compleja y los derivados de una población que cada vez vive más aglomerada.
Barcelona tuvo un proyecto de ciudad que la ha situado allí donde está, y que lo simboliza la potente figura de Pasqual Maragall, aunque fuera un proyecto que arrancara en torno a 1980 y que se haya alargado, con Joan Clos y Jordi Hereu hasta, el 2011. El momento más significativo fueron los Juegos del 92, pero es bien sabido que no fueron nada más que el leitmotiv para modernizar la ciudad, darle calidad de vida, orgullo y convertirla en un referente mundial. Los alcaldes socialistas que siguieron la estela de Maragall no tuvieron su esplendor, pero había una hoja de ruta que se seguía y aunque carentes de carisma público, presentaron una gestión notable. Vino después la inacción y el vivir de renta de la inercia creada, pero se dejaron de dar respuesta a los problemas que justamente provocaban el éxito de la ciudad y a abrir escenarios nuevos, demasiado obcecado el nacionalismo que por fin se había hecho con la capital de Cataluña, de subyugar la ciudad a los intereses de país, decían. La ciudad tiene mil y un temas a dar respuesta: la burbuja turística, los problemas de gentrificación que va expulsando ciudadanos de sus barrios, la especulación inmobiliaria, la movilidad infernal, la falta de actividad económica más allá del comercio y la atención al turismo, las bolsas de pobreza, el encarecimiento insostenible de la vida, los guetos y zonas de marginalidad, disponer un proyecto cultural para sustituir una capitalidad que se ha ido desvaneciendo, una mejor oferta y gestión de servicios urbanos, hacer la ciudad medioambientalmente sostenible transformando el modelo energético y de consumo vigente …
Si la gestión de Trías en Barcelona resultó prácticamente inexistente, la de Ada Colau y Barcelona en Comú creo que, además de errática, a estas alturas se puede tachar claramente de fracasada. Y si se mira bien, no podía ser de otra manera tanto por la falta de mayoría consistente, por la incapacidad para construir pactos sólidos y duraderos que dieran estabilidad al gobierno de la ciudad, pero sobre todo por una falta de proyecto político, de un programa real de futuro para la ciudad. No se puede gobernar con 11 concejales sobre un total de 41 si no se tiene la capacidad de hacer mayorías más amplias. El fracaso reciente de sus grandes proyectos de mandato es una evidencia, como lo es que conectar tranvías, por más importante que sea no puede ser la obra estrella como, aún menos, organizar una Multiconsulta para no se sabe muy bien para qué. El “colauismo”, que se hizo con el ayuntamiento en un contexto de crisis, habrá resultado un fenómeno efímero. Suele pasar cuando no hay un proyecto y un sustrato sólido. Como dice el proverbio oriental, «todos los caminos son malos cuando no sabes a dónde vas».