Esperando la socialdemocracia

En Alemania parece que saldrá adelante una nueva edición de la Gran Coalición entre los partidos cristiano-demócrata y socialdemócrata. Cuando los conservadores no disponen de mayorías suficientes y les resulta demasiado caro el apoyo de los partidos minoritarios, suelen emplazar a los grandes contrincantes progresistas a colaborar en la gobernabilidad. El país gana estabilidad política, pero la socialdemocracia queda desfigurada como alternativa a los conservadores, y suele terminar medio desarticulada. Ya le ha sucedido varias veces, pero parece que por «razones de Estado» reincidirá en el error. Los efectos no se darán sólo en Alemania, sino que afectarán a una ya muy retrasada reformulación y recuperación de la socialdemocracia en toda Europa, falta de un proyecto y relato propio adaptado a los tiempos. Está todavía muy anclada en el pasado y en una realpolitik que le ha ido haciendo dejar por el camino a los sectores sociales que históricamente le habían apoyado.

Una de las incertidumbres fundamentales planteadas hoy, es la de la capacidad de la socialdemocracia y de las izquierdas clásicas, para emerger de la larga crisis en que se encuentran sumidas, especialmente evidentes en las dos últimas décadas. Una crisis no sólo ni especialmente de resultados electorales, sino ideológica, de proyecto político y de conexión con la sociedad. La ofensiva ideológica y política del liberal-conservadurismo a partir de los años setenta, con la obtención de la hegemonía en las revoluciones conservadoras de los ochenta, no pudo ni se supo frenar por parte de la socialdemocracia, como tampoco construirle  una alternativa de izquierdas. No se elaboró ​​un proyecto propio bien definido y renovado, empezando a dudar de la defensa del modelo social europeo que, al fin y al cabo, era su gran conquista reformadora. Se situó a la defensiva y tampoco supo encajar las ideas de la «nueva política» que emergían con la frustración de la crisis. Los partidos socialdemócratas se conformaron a ser un reducto de la «vieja política».

Poseídos por un exceso de pragmatismo, los partidos socialdemócratas habían evolucionado de partidos obreros de masas a partidos-cártel, con estructuras y una cultura organizativa vinculada al ejercicio del poder y la ocupación de cargos políticos. Casi sin darse cuenta, habían pasado de ser alternativa, a formar parte de un sistema de alternancia. El matiz puede parecer demasiado sutil, pero es de gran importancia. Se descuidaron los valores profundos, los elementos de identificación tradicionales que los cohesionaban, los mecanismos de escucha a la sociedad y les faltaron reflejos para adaptarse a los cambios sociales y culturales que se producían con rapidez. Se incorporaron con armas y bagajes al discurso dominante, aunque fuera con matices sociales y algún barniz de signo progresista. La cuestión era acceder al poder, alternarse con los conservadores cuando éstos se hubieran desgastado, y se creyó que esto se conseguía con políticas neoliberales y propuestas políticas tendentes a buscar el centro político que es donde alguien dijo que se ganaban las elecciones. Quizás esto último fuera cierto, pero era la mejor manera de desorientar y perder la base social de manera definitiva.

Las terceras vías resultaron una trampa para la socialdemocracia, una forma de borrar su identidad, adoptando una configuración y unos planteamientos que no soportaron más que un par de convocatorias electorales, para entrar en una declinación de la que aún no se ha recuperado. Cuando Tony Blair y Anthony Giddens planearon la renovación del laborismo británico, toda la izquierda europea creyó que este era el camino adecuado para situar el proyecto político a la altura de los retos que planteaban los tiempos. El problema del «nuevo laborismo» no fue la adaptación del lenguaje, sino el cambio de valores. El antiguo equilibrio entre trabajadores y clases medias se rompía, apostando exclusivamente por el apoyo de estas últimas. Cuando Blair pronunció su célebre frase «ahora todos somos thatcheristas» hacía algo más que lanzar una frase amable a la líder conservadora.

Hoy, los socialdemócratas parecen situados en un bucle melancólico, de añoranza de otros tiempos, pensando que son víctimas de la incomprensión y que cualquier tiempo pasado fue mejor. En el grueso de los partidos-cártel socialdemócratas, los cuadros con vocación de profesionales de la política, aunque creen que es un tema de ciclo político de preferencias y no una cuestión de calado. Hacen cambios aparentes, renovaciones generacionales, líderes sosos pero con sex-appeal; una cuestión meramente de vestiduras y de maquillaje. Sin embargo, se les espera y se les necesita si aspiramos a una alternativa razonable a esta especie de versión anarquista del capitalismo en el que estamos embarcados. Como ha escrito Josep Ramoneda, «la derecha puede limitarse a gestionar el statu quo, pero no hay izquierda sin proyecto».

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