Ya hay quien califica Internet como un «sistema de aparcería», ya que, poniendo los medios de producción en manos de las masas, estas producen contenidos en beneficio de los gigantes que controlan la intermediación de la Red. Un sistema muy eficiente para hacer beneficios, ya que la mano de obra faena sin cobrar y a plena satisfacción haciéndolo. El modelo de negocio de Google, Facebook, Twitter o de todas las páginas de comentarios de consumidores, funcionan con esta lógica implacable de la gratuidad. El término empleado de «contenido generado por el usuario» falsea la realidad, ya que implica pensar que el contenido que se nos proporciona es valioso. La realidad es más prosaica y se refiere a contenidos elaborados por aficionados, sin ningún control de calidad y mayormente de escasa fiabilidad. El término «amateurismo» se rehúye, pero esta es la verdad de estos contenidos que inundan Internet y que los estudiantes utilizan para realizar sus trabajos académicos.
El mundo de los «ciberhipsters» está realizado una función de justificación del trabajo no remunerado, del amateurismo y de las grandes oportunidades que nos brinda a todos la Red. Uno se puede engañar como quiera, pero el barniz de modernidad que se pretende dar a lo que es la precarización extrema, la baja calidad y la expoliación de lo que es de los demás, difícilmente se sostiene. Mucha retórica grandilocuente sobre el empoderamiento social que facilita Internet, que todo el mundo puede hacer cualquier cosa sin recursos, financiación, contactos o formación; pero los realmente beneficiarios no son la audiencia entusiasta que quiere creer en esta «tierra prometida», sino las grandes plataformas con la publicidad y la venta de datos y estos nuevos gurús en forma de conferencias o contratos editoriales. Viven en una burbuja tecno y creen que la Red cambiará el mundo, convirtiendo a todos en creadores de información y en emprendedores de nuevos e imaginativos negocios. Se argumenta, como el coste de producir contenido está acercándose a cero, con lo cual, de ser cierto, implica que no habrá en la Red ningún contenido fiable ni que valga la pena. Todo será realizado por aficionados. La realidad tampoco parece acercarse a esta «democratización de la información». Si uno analiza los blogs de información más populares, forman parte de los grandes conglomerados de medios de comunicación. Otra cosa es que se beneficien de obtener lo que divulgan a un coste ínfimo, similar a la calidad de lo que proporcionan. Estamos en el mundo de la «apropiación» que, curiosamente, se ha convertido en legal.
Probablemente nadie como Amazon ha hecho tanto para devaluar el conocimiento. Su modelo de negocio descansa sobre el low cost del saber, sometiendo a las editoriales y desconsiderando el valor aportado por los autores. Lo mismo sucede con el trabajo periodístico en los medios de comunicación. Producir contenido se considera un mero pasatiempo que no requiere remuneración, o muy escasa. Para ello se ensalzan las virtudes del amateurismo en el sentido de labor realizada por pura gratificación personal no monetaria. De hecho, en el mundo de Silicon Valley se desprecia el concepto de autoría individualizada, manejando los típicos conceptos de conocimiento distribuido, los medios como algo social, la producción entre iguales… Es una visión de la creatividad de tipo medieval, donde la autoría no tiene ningún peso específico. De hecho, en Europa, el autor no tuvo un papel reconocido hasta la Ilustración. Lo paradójico, es que en este entorno ultratecnológicos se venera al genio, al geek (friki) informático, el iluminado, pero no al autor que crea contenidos intelectuales. Creer que se puede desarrollar una cultura avanzada sin la profesionalización de los escritores que hemos tenido en los dos últimos siglos, resulta una temeridad.
A pesar de las limitaciones del voluntarismo resultan bastante evidentes, para gurús como Kevin Kelly la autoría romántica ha muerto, y el futuro glorioso tiene que ver con la superación de la propiedad sobre el conocimiento, entendiendo éste como algo que resulta de la acción colectiva. Vincula la creatividad a la colaboración, superando los individuos aislados. A su entender todos somos creadores de contenido. Lo que hay es una igualación del valor intelectual situándolo en la zona más baja. Es en este sentido que se niega ya el concepto de libro como aportación completa y cerrada. Se pretende triturar su estructura y su contenido y que todos puedan reescribir y modificar constantemente. En las próximas décadas, los algoritmos computacionales fusionarán la totalidad de los libros en una única literatura en red, un flujo de palabras e ideas interconectadas que poco tendrá que ver con la unidad conceptual que su autor había planteado al escribirlo. Horroroso.