Había que ser muy ingenuo para creer que Donald Trump sería el presidente que cuidaría de los intereses de los americanos más desfavorecidos. Aunque su discurso de campaña donde clamaba contra las grandes corporaciones, los lobbies, Wall Street y la globalización económica en nombre de la defensa de unos electores pobres, blancos y desnortados de la América profunda, resultaba bastante evidente que era poco más que un discurso cínico y que sus intereses, su visión de América y el grupo social que protegería sería la famosa elite del 1% de los ricos que concentran más del 50% de los recursos económicos. No tardó mucho en evidenciarlo, cuando forzó la derogación del Obamacare, es decir de la moderada reforma en pro de cobertura médica pública por los más necesitados. La acción estelar y definitiva, sin embargo, es la pornográfica reforma fiscal que acaba de hacer aprobar por el Congreso y el Senado estadounidense, la que no sólo acaba con cualquier intento de hacer políticas públicas inclusivas en Estados Unidos por la disminución de los ingresos, sino que conlleva un favorecimiento de las grandes corporaciones y para las rentas más altas que acaba con cualquier vestigio de proporcionalidad y equidad tributaria. Definir como escandalosa a la nueva normativa fiscal americana, nos haría quedar muy cortos sobre su impactante significado, con el hecho agravante de que se convertirá en el modelo que impulsará en Europa todo el liberal-conservadurismo imperante, empezando por la FAES y los teóricos del Partido Popular.
Con la vieja receta que las bajadas de impuestos son un incentivo para aumentar la competitividad y promover el crecimiento y que donde mejor está el dinero son los bolsillos de los contribuyentes, se justifican unos recortes tributarios que son claramente protectoras de las rentas altas y que, en cambio, implican mayores contribuciones para las rentas bajas y los autónomos. Se trata de favorecer las rentas de capital, bajando el Impuesto de Sociedades, del 35% al 21% y se introduce un impuesto especial de repatriación de los capitales obtenidos por las multinacionales en el exterior de sólo un 10%, con el fin de captar al menos una parte de los 2,3 billones que estas tienen aparcados en el exterior. La exención del Impuesto de Sucesiones se duplica, pasando de los 11 a los 21 millones de dólares. Las clases medias también obtienen algunos beneficios, pero más bien escasos. Las rentas entre 49.000 y 86.000 dólares anuales ahora ahorrarán pagar 930 dólares. Comparativamente, las rentas por encima de los 733.000 dólares su ahorro será de 51.000 dólares/año. Todos iguales, pero algunos más iguales que otros. Globalmente, la administración federal dejará de ingresar 250.000 millones de dólares anuales y casi la mitad de los cuales dejarán de aportarlos la minoría de los superricos que forman la élite del 1% más privilegiada. Esta disminución de recursos públicos, no conllevará una disminución de los kilométricos presupuestos de Defensa y Seguridad, sino justamente de unas ya escasas y precarias prestaciones sociales. El triunfo definitivo de la desigualdad extrema y de la polarización de rentas que hace imposible el desarrollo digno de una sociedad. Para tranquilizar a los inquietos, ya habrá los típicos economistas que apelando a la quimérica Curva de Laffer, argumentarán que la bajada de impuestos se traducirá con unos mayores ingresos tributarios globales gracias al incremento de la actividad económica. El discurso dominante sobre la fiscalidad parece elaborado por trileros. Cuando las rentas de capital acaban por tributar después de elusiones y antes del fraude en torno a un 8%, mientras las de un asalariado medio superan el 30%, que no nos cuenten historias sobre la justicia fiscal que siempre se afirma pretender. Lo que no se le puede negar a Donald Trump es su claridad e implicación personal en sus decisiones políticas. Ha introducido una rebaja del 39% al 29% a impuestos que pagan los propietarios de oficinas destinadas al alquiler. ¿Y cuál es el principal negocio de Trump? Pues, construir edificios de oficinas.