Ciertamente, la de Cataluña es una campaña electoral muy extraña. También lo fue la anterior en que el presidenciable del independentismo iba disimulado en el número cuatro de la candidatura y terminó por serlo uno que estaba diluido en la lista de la circunscripción de Girona y que no creo que en la vida hubiera siquiera soñado acabar de Presidente de la Generalitat. Parece que le encontró el gusto, y ahora dice querer repetir. Si algo tiene el independentismo catalán es una cierta tendencia a hacer cosas extravagantes y poco convencionales, lo que Artur Más en un gesto de soberbia lo llamó practicar la astucia. A veces entre hacer cosas imaginativas o hacer el ridículo hay una franja muy estrecha y difusa. Elaborar listas electorales con encarcelados y huidos puede resultar muy atractivo para practicar el victimismo y buscar el voto emocional, el problema es que a la hora de hacer actos y debates se queda un poco lastrado. Una campaña que se le está haciendo muy larga por el bloque soberanista, y especialmente para quien partía con una teórica ventaja como era ERC. Tras el fracaso de la unilateralidad y con la evidencia de que todo lo que se había afirmado era un fraude, ya no hay posibilidad de ampliar la base social y electoral y sólo queda intentar mantener los fieles. Las propuestas bastante contradictorias: se asume que se fue un poco frívolo y se reconoce que no se puede hacer nada sin acuerdo. Nos vuelven, pero, a prometer escenarios imposibles, mientras se profundiza en la trinchera a base de descalificar tanto al Estado como los contrincantes que representan a la Cataluña que ellos no consideran «pueblo de Cataluña». El problema que plantea el independentismo, y lo es para todos, es que no proporciona ninguna vía de solución al enorme conflicto político y convivencial que han generado. Volver a la situación del 2 de Octubre e investir como Presidente y hacer Gobierno con personas encarceladas o fugadas a las que les espera un largo itinerario judicial, resulta una auténtica quimera.
Sin duda la novedad en estas elecciones es la activación de votantes que no acostumbraban a pasar por las urnas, y menos en unas elecciones autonómicas. Parece bastante lógico que la «matraca» independentista de los últimos años y los efectos económicos y sociales devastadores provocados, hayan acabado para animar a las urnas el voto contrario. Y especialmente el voto claramente contrario, como parecen indicar los sondeos que prevén un gran resultado, que incluso puede ser ganador, para Ciudadanos. A las posiciones más conciliadoras les cuesta hacerse escuchar, aunque Miquel Iceta ha sabido conjugar bien su digamos constitucionalismo con una cierta mano extendida, recuperando la cultura del catalanismo y de la política entendida como diálogo entre diferentes, compromiso y pacto. Parece bastante insólito que el soberanismo no calculase que, a base de levantar el tono del lenguaje y radicalizando sus acciones, acabaría por hacer emerger y articularse políticamente la Cataluña hasta entonces negada. Han vivido demasiado tiempo en una burbuja en la que sólo escuchaban sus propios discursos. Ahora, a pesar de algunas matizaciones, los dos bandos están plenamente y sólidamente constituidos. El resultado de las elecciones mostrará sin duda esto y las aritméticas que permitan crear gobiernos dependerán exclusivamente de una participación electoral que probablemente batirá récords.
Que nadie piense que, por sí mismo, el 21D resuelva nada. La división y confrontación social y política seguirá estando. Ahora bien, se pueden configurar aritméticas parlamentarias que intenten instrumentar caminos de superación de todo lo que ha pasado y recuperar, con un proceso ciertamente largo, el camino de una cierta normalidad institucional. También el apaciguamiento de emociones exageradas y volver a practicar el arte de la deliberación para llegar a acuerdos que faciliten volver a la sociedad cohesionada e integradora que se había sido. O bien se puede continuar como los últimos tiempos de confrontación con el Estado y de trituración de la sociedad y de la economía catalana, subiendo aún más el tono, creyéndose legitimados para mantener una épica que, como se ha visto , sólo conduce al fracaso ya la frustración.