Las cosas que pueden acabar mal, generalmente acaban mal. A pesar del lapso que abre la incomprendida e incomprensible declaración/no declaración de Puigdemont en el Parlamento, el desenlace no tiene pinta de terminar muy bien. Para dialogar debe haber un mínimo de bases comunes que no parecen estar. Todos se sienten cargados de razones. De todas formas y en la actualidad El Proceso ya ha hecho notar sus efectos: caos político, fractura social y éxodo económico. Nunca en Cataluña se había conseguido destruir tanto en tan poco tiempo. Los propagandistas, aunque sea ya con la cara contraída, continúan repitiendo que no pasa nada y que todo es un estadio más en la estrategia astuta que nos ha de llevar a la victoria. ¡Ahí es nada!
Fracturas. La semana comenzó con una manifestación reactiva contra el independentismo. Tuvo unas dimensiones poco acostumbradas y con componentes muy diversos, desde el españolismo puro y duro e incluso rancio, hasta aquellos que, catalanistas, creen que la deriva actual nos lleva a la destrucción sino a la tragedia. Todo el mundo parece coincidir en que fue un éxito. Yo más bien la veo como la evidencia de un fracaso. Una sociedad catalana seriamente dividida y confrontada, cada vez más con dialécticas más excluyentes. Los que han provocado la ruptura afirman que no hay ninguna fractura y que esto se lo inventan los enemigos de un «pueblo» del que parece sólo forman parte ellos.
¡Ay la economía! A los que alertaban de los efectos nocivos que siempre tiene la inestabilidad política y la inseguridad jurídica sobre la actividad económica y que el carácter temeroso del dinero llevaría a una fuga de capitales, se les acusaba de utilizar «la estrategia del miedo», mientras se juraba y perjuraba que no pasaría nada. En una semana el 50% del PIB catalán ha radicado su sede social y fiscal fuera de Cataluña. Literalmente. Lógicamente no han puesto ruedas a los edificios de la Diagonal y no se ha llevado aún su actividad, pero es evidente que más allá del elemento simbólico inmediato, el empobrecimiento real a medio plazo es demoledor. La fuga de capitales y la salida de depósitos bancarios es inmensa y se acentuará bien probablemente las próximas semanas. Los consejeros de Economía y de Empresa dicen que tranquilos, que todo está inducido desde Madrid, que ya volverán. Lo dudo.
Surrealismo. Todo El Proceso ha resultado muy creativo en cuanto a generar situaciones realmente insólitas, grotescas a veces, y muy dado a crear conceptos políticos nuevos a los que se les da una pátina de haber existido desde siempre. Derecho a decidir, apelación a un derecho y un apoyo internacional inexistente, dar carácter plebiscitario a unas elecciones y aunque no ganarlo decir que en su sistema contable se han impuesto, convertir una gran movilización en un referéndum, atribuirse en exclusiva el carácter democrático cuando se cierra la boca a la oposición, construir un relato de «masacre» sobre algunas actuaciones policiales obviamente desmesuradas y desafortunadas, hablar de durísima represión y falta de libertades cuando ocupan en exclusiva los medios y la espacio público… Pero desde que abrieron el ataúd de Dalí, parece que la dinámica onírica no ha hecho sino aumentar. El pleno parlamentario con declaración «interruptus» y, lo que es peor, que nadie entendió lo que se había hecho ni cuál era su significado, pasará a los anales, más que de la innovación, de la estulticia política. La «mediación» es el nuevo «mantra» aunque ya disimula escasamente lo que fue un temblor de piernas de última hora.
Principio de realidad. Por mucho que parezca que nuestros dirigentes viven en una realidad paralela -a veces pienso, sin embargo, que los que puede que vivamos en la irrealidad somos los que no nos sentimos poseídos por esta épica-, creo que no lograrán alargar esta dinámica mucho más y que, como en la película de Godard, nos acercamos «al final de la escapada». Dudo que haya una reconducción de última hora. El fanatismo no es nunca autocrítico. Se prometió hacer en 18 meses el que, en el mejor de los casos y con suerte, se podría acabar consiguiendo en generaciones. No habrá rectificación, como tampoco mediación ni negociación. La intervención del autogobierno resultará un auténtico fracaso del que costará salir con dignidad. Los buenos jugadores, saben que apostar a todo o nada, suele conllevar acabar arruinado. Me siento un poco como Sergi Pàmies cuando decía que en Cataluña hemos reaccionado a los problemas de filtraciones y humedades de la casa, derribándolola. Pues, eso.