Redes; ¿sociales?

Una parte der nuestra vida se ejercita dentro eso que se ha denominado genéricamente como las redes sociales. Una vida paralela donde expresar otro yo y soltar todas nuestras pulsiones. La mayor parte de los habitantes de Facebook, Twitter y demás plataformas por el estilo, no están para relacionarse intercambiando opiniones e intereses, sino para practicar el narcisismo más grotesco haciéndose la ilusión que poseen un gran altavoz y que todo el mundo los escucha. Opiniones taxativas en unos lugares y exhibiciones falseadas de nuestra imagen en otros como Instagram. Cada uno de nosotros es muy importante para uno mismo, pero insignificante para la mayoría de la gente. Las redes social son un espacio donde no se trata es de conversar, sino de practicar monólogos cortos y poco elaborados, para oírnos nosotros mismos y, como mucho, unos cuantos afines que nos animan y nos ríen las gracias. Tengo la sensación de que nuestro círculo en las redes es inversamente proporcional a los amigos y la gente con que interactuamos en la vida analógica. Un mundo en el que se evidencia que predomina más la soledad mal llevada, que una multitud de relaciones satisfactorias. El predominio de los tonos agrios, las posiciones de verdad absoluta, los insultos y descalificaciones que se desgranan, la tendencia a destrozar el lenguaje, la puerilidad y simplismo en que se suele solo hablar, evidencia más problemas de aislamiento y de fractura social, que no de una sociedad sana con ganas de interactuar y comunicarse. Valorar la condición humana a partir de las redes, nos haría llegar a conclusiones más pesimistas de las que ya llegamos de natural. El periodista Juan Soto Ivars, ha escrito que el comportamiento agresivo y antipático que acostumbramos a usar en las redes no nos describe exactamente. Sería un espacio, como cuando hacemos de conductores de automóvil, en el que nos convertimos en unos arrogantes con tendencias violentas, que en realidad no somos cuando salimos del coche. Quizás sea sólo es porque no nos atrevemos.

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Debe de haber al menos una parte de cierto en que el medio es el mensaje, y que las redes por su brevedad, inmediatez, accesibilidad y falta de filtros promueven unas determinadas formas y contenidos. Facilitan tener opinión y tener la facilidad de expresarla, lo que no significa tener criterio, y menos contención y buena educación. La discusión política en la red tiene una agresividad y un nivel, que puede provocar que se encuentre cada vez más interesante la práctica de la horticultura orgánica o los documentales del National Geographic que emiten por La 2. En el estado demencial y vergonzoso que ha alcanzado el debate político en Cataluña la red se ha convertido en el ámbito de profundización de la fractura y no de deliberar y establecer puentes. El lenguaje y las actitudes que denota son absolutamente bélicos. Ser insultado es el menor de los inconvenientes. Las amenazas son el pan de cada día, mientras algunos se les va definitivamente la pinza y abogan por la práctica de violaciones colectivas o directamente por el genocidio. La política ha incorporado los odios y los instintos exterminadores hacia los descreídos que han caracterizado históricamente las religiones. No quiero ni imaginar cómo habrían sido las guerras entre católicos y protestantes de hace unos siglos si hubieran dispuesto de Twitter. Habrá quien lo justificará diciendo que los excesos más vergonzosos de comportamiento en las redes sólo son unos pocos casos aislados, que toda sociedad sana contiene inevitablemente algunos enfermos. Entrad en los foros más candentes de la actualidad y se os caerá el alma a los pies. Intelectuales que teníamos por ponderados actuando como carniceros con el cuchillo jamonero en la mano, periodistas que en lugar de informar imparten condenas y descalificaciones, vecinos y amigos que teníamos por gente tranquila, destilando odios y peticiones de exterminio. Quizás incluso descubramos que alguien que lleva su nombre, le acaba de sacar los ojos a algún «enemigo del pueblo». Digitalmente, claro.

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