Parecería que la función de los intelectuales no es tanto la de decir con palabras altisonantes lo que la sociedad quiere oír, sino interpelar, ir a la contra, antes que sumarse a la tentación de la unanimidad. El papel de los intelectuales, no es la de confortar la sociedad con «mentiras piadosas», ni ensalzar las pasiones poco racionales de la ciudadanía, sino más bien cuestionar, hacer preguntas, introducir dudas, enseñarnos la otra cara de las convicciones fáciles… Por ello, aparte de las obras académicas para los especialistas, es bueno cuando los pensadores intervienen en la realidad, pronunciándose e introduciendo sus reflexiones a partir de la actualidad. Alain Finkielkraut forma parte de esta tradición tan francesa del intelectual crítico con el mundo y en relación a sus conciudadanos. Publica una serie de artículos en la prensa francesa donde evidencia su visión muy escéptica en relación al ideal occidental del progreso, y lo hace de una manera muy lúcida, a veces agria, pero no carente de buenos toques de humor. Como los admirados Emmanuel Lévinas, Milan Kundera o Hannah Arendt, pretende analizar la «barbarie del mundo moderno», la fragilidad de nuestras sociedades, el escaso recorrido que tiene la memoria y el desdibujamiento creciente del papel del intelectual. No en vano, una de sus obras mayores se tituló «La derrota del pensamiento».
Profesor de Historia de las Ideas en la Escuela Politécnica de París, este interesante pensador francés emergió en los años ochenta a la vida pública, formando parte del controvertido bandada de pensadores que formaron el postmoderno grupo de los «nuevos filósofos», los cuales a pesar de estar formados en la tradición progresista y deudores entre otros referentes marxistas de Michel Foucault, evolucionaron algunos de ellos hacia planteamientos heterodoxos que los hicieron confluir con posiciones políticas derechistas. De todos modos, no creo que se les pueda encasillar tan fácilmente. Como afirma el propio Finkielkraut, decidieron no pretender cambiar el mundo, y sencillamente intentar evitar que se deshaga. En Lo único exacto (Alianza Editorial, 2016), este controvertido ya la vez sugerente pensador francés introduce reflexiones que, aunque no se puedan compartir, son de gran interés, especialmente por su enorme claridad, así como la capacidad para introducir matizaciones precisas. Habla de las dificultades de la Francia multicultural, de cómo las sociedades multirraciales pueden convertirse en «multiracistas», del resurgimiento de un nuevo antisemitismo que ya no es el tradicional de derechas, sino de izquierdas y progresista. Critica la burocracia europea que tanto perjudica al concepto de europeidad, de cómo Internet aparte de un instrumento se ha convertido también en una cloaca y de cómo se ha impuesto en nuestro mundo la cultura del entretenimiento en todos los ámbitos. Una lectura para la gente que le gustan los pensadores arriesgados y poco complacientes.