Juego de simulaciones

JUEGO DE SIMULACIONES

En política, sea bueno o malo, siempre ha sido más importante el parecer que no el ser o el hacer. Es el reino de las apariencias, donde suele ser más trascendente identificar los adversarios con valores y comportamientos negativos, que no exhibir las propuestas y las capacidades propias. No es extraño pues, que lo que más induzca finalmente a votar los últimos años a la ciudadanía no sean justamente las propuestas ilusionantes de aquellos con los que nos identificamos, y sí más bien apostar por el mal menor, o lo que es peor, votar contra alguien. Anda que el miedo al PP no ha dado réditos a los socialistas en España, más que el ser depositarios de propuestas estimulantes. Las maniobras de apareamiento o de marcar distancias tan intensas que se viven en la política española estos días, no se pueden tomar en serio, no son la expresión de voluntades firmes de acción, sino meras posturas y representaciones teatrales de carácter preelectoral, intentando posicionarse de la mejor manera de cara a unas más que probables nuevas elecciones que deberán celebrarse en el mes de junio. Se trata de que el elector valore el esfuerzo y el voluntarismo ejercido de manera sobreactuada por algunos y se quede con una imagen de falta de energía, de coraje o de patriotismo por parte de los demás. Pero nada es lo que parece.

 

El pacto que de manera pomposa se presenta estos días entre el PSOE y Ciudadanos es un intento por parte de los dos partidos que, a priori deberían ser los más perjudicados por la repetición de elecciones, para quedar mejor posicionados y voluntariosos de cara al electorado y además poder esgrimir que el fracaso de un pacto que no tiene ninguna posibilidad de prosperar por pura aritmética básica, es debido a la pinza que les han hecho PP y Podemos a los que se les intenta hacer la fotografía -a la que no sé si se prestaran- de votar los dos a la vez negativamente a Pedro Sánchez en su sesión de investidura. De cara a las elecciones, un Pedro Sánchez que se ha mostrado más batallador de lo que el propio PSOE pensaba, argumentará por activa y por pasiva ante los electores de izquierdas, que los de Pablo Iglesias prefieren que gobierne el PP. Un argumento pueril cuando justamente no ha querido pactar con la nueva izquierda, y si con la nueva derecha. Todo depende de cómo se escenifique y si el electorado lo compra. A la derecha, Ciudadanos argumentará que ellos han pretendido hacer de puente para una Gran Coalición pero que un PP más pendiente de la multitud de casos de corrupción no ha querido estar, mientras los populares argumentarán que la preferencia de Albert Rivera ha sido la izquierda que no la derecha.

Toda esta dinámica política que parece aprendida en una versión elemental de lo que se conoce como el «dilema del prisionero» que hace años se conceptualizó en la teoría de juegos, obvia la necesidad de que un país, el que sea, requiere ser gobernado y afrontar los grandes problemas que tiene planteados, más que dedicar meses y meses a especular, de manera casi frívola, con constantes ejercicios de simulación carentes de funcionalidad. Los contenidos del pacto PSOE-Ciudadanos, aparentemente regeneracionistas, son pura impostura política pues apelan a reformas constitucionales por las que se requieren dos tercios de las Cortes españolas; o bien en lugar de derogar la reforma laboral del PP tal y como se había asegurado reiteradamente que sería lo primero que haría el PSOE, se cambia por una modificación de la legislación actual que no hace sino abaratar aún más el despido. ¡Miserias de la política!

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