Sucursalismos

 

Pocas veces una campaña electoral se había vivido de manera tan viva e intensa como esta de las elecciones generales al parlamento español. A pesar de la desafección política de los últimos años, a pesar de la poca confianza que inspira el sistema de partidos entre la ciudadanía, ya pesar de los pocos vínculos y la escasa credibilidad que nos generan los liderazgos políticos, parecería que en las últimas semanas se produce un renovado interés por la política, o al menos por su dimensión electoral y festivalera. Probablemente el seguimiento e interés no tiene en muchos casos mucho más profundidad de lo que tienen nuestras preferencias en relación a los participantes que nos despiertan más simpatía en los múltiples concursos que se emiten en el prime time televisivo. En cualquier caso, los modernizados formatos de debate mediático, el mayor número de actores, la práctica más directa y menos encorsetada de la campaña política le proporciona unos atractivos que no tenían los procesos electorales anteriores. Probablemente, las renovadas perspectivas de un cambio político más profundo que lo que podía proporcionar la alternancia habitual entre los dos grandes partidos, también tiene bastante que ver. Aunque se resiste a ser desplazado, uno tiene la sensación de que el bipartidismo hispánico está dando las últimas sacudidas y se verá desplazado por un sistema de representación más plural, emergiendo con fuerza propuestas más o menos innovadoras que no sólo condicionarán los pactos posteriores, sino que pueden ser los auténticos protagonistas. Aunque suene a tópico, la mayor parte de la ciudadanía está harta de «vieja política» y de todo lo que ha significado: clientelismo, corrupción, reduccionismo de la democracia, falta de relatos diferenciados, configuración de una «clase gobernante». .. La «nueva política», aunque a veces no sea tan nueva, genera expectativas de cambio real, de mutaciones necesarias y serias en el sistema político, de aire fresco. Como la emergencia se da sobre todo en el ámbito del centro-izquierda, la víctima principal de Podemos y de Ciudadanos puede ser el PSOE, que se juega ahora buena parte de su futuro y justamente poniéndose en manos de un proyecto poco vigoroso y de un candidato no de los más brillantes que ha tenido.

En Cataluña, estas elecciones se nos presentan de manera especialmente paradójica. Durante estas semanas casi ni se habla del Proceso, ni de la investidura o no de Artur Mas por parte de la CUP, aunque el tema catalán es un elemento bastante central en el debate político español y que la apelación al qual podría favorecer la continuidad del Partido Popular de Mariano Rajoy. Curioso, como también lo resulta que el silencio sobre si se formará gobierno en la Generalitat no haya desaparecido de los titulares de los medios sólo por la cuestión de la inmediatez que mueve a estos, sino porque las fuerzas soberanistas, no harán ningún paso en espera de los resultados y las posibles vías que puedan abrir las elecciones generales. El país sin gobierno desde hace medio año -hay quien diría que hace años que no hay-, y la decisión sobre si hay que ir o no a unas nuevas elecciones que nos tendrían en esta situación de impasse al menos medio año más, pendiente de los resultados y de las mayorías de gobierno que se configuren en España. Nunca la política catalana había estado tan sucursalizada a la política española como ahora. Resulta irónico que los responsables de que esto sea así, hayan sido justamente aquellos que descalificaban a una parte de los partidos políticos catalanes acusándolos de ser «sucursalistas». Tanto en la política como en la vida, quien más dice amar no suele ser quien más lo hace.

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