27-S

 

Cataluña es, decididamente, un país curioso. Se ha embarcado, con el beneplácito de unos y el desagrado de otros que más bien cuentan poco en debates, tertulias y reportajes, en un proceso que se diga lo que se diga en el mejor de los casos es de final incierto, en cuanto no tormentoso y colada en la que perder más de una sábana. Para unos la convocatoria de elecciones que tienen un carácter plebiscitario que les resulta evidente e irrenunciable, suponen el inicio de una marcha triunfal que llevará a Cataluña a su nacimiento como estado independiente en el seno de Europa -de la Unión Europea no lo puede asegurar nadie- en unos pocos meses, en un rápido quemar de etapas desde el despliegue de una campaña eufórica donde se corre el riesgo de confundir a la opinión mayoritaria con lo que los medios corifeos propios consideran la opinión mayoritaria, el punto álgido con tonos épicos de la «toma de la Meridiana” del Once de Septiembre, para superar el día de las elecciones un mero requisito dado que la conformación de una mayoría -absoluta, relativa, de escaños o de votos; da igual-. Esto abrirá la puerta a una inmediata declaración unilateral de independencia, y una rápida elaboración de una constitución, la negociación con el estado español de quien se queda con qué, así como una inmediata desconexión, que nos debe llevar de manera incuestionable a lograr un nuevo y más alto estatus de bienestar que incluso, en palabras recientes de Felip Puig, comportará que en nuestro la factura de la luz nos resulte un 40% más barata. Soñar es gratuito. No sé si mayoritarios, pero somos bastantes los ciudadanos a los que todo ello nos coge descolocados y como si hubiéramos entrado en una fantasía.

De esta manera fácil y sencilla nos deben conducir a una nueva pantalla un conglomerado de ideas y de intereses donde coinciden los que hasta ahora uno era Presidente y el otro Jefe de la Oposición, representa que uno de derechas – aunque moderadas- y el otro de izquierdas -aunque también muy moderadas-, colocando en los primeros lugares personas interpuestas de la sociedad civil organizada -organizada desde las instituciones, se entiende-, que han asumido voluntariamente el complicado papel de «ser, pero no ser» una vez hayan pasado las elecciones. La CUP sería el discrepante acordado para tapar una posible fuga de votos hacia las nuevas izquierdas. Presentado como el triunfo de la unidad catalana en un momento crucial y decisorio, de hecho «Juntos por el Sí» es una lista transversal que ERC no quería y que la ocurrencia de hacerla sin políticos les hizo terminar prisioneros de una lógica de «la unidad» que sin duda domina Artur Mas y las entidades afines. Un Presidente que se ve obligado a liquidar la coalición que les había permitido gobernar desde que éramos niños y crear un partido nuevo en su entorno, para poder simular que a Jordi Pujol sólo lo han conocido de oídas. Un Presidente que hace cinco años que no gobierna más allá de privatizar el sector sanitario y que se ha visto empujado a unas elecciones que no quería para ir surfeando una ola sobre los efectos de la cual no es que no tenga un Plan B, ni siquiera parece disponer de un Plan A. Todo esto habría que añadir algunos elementos justificadores que procedentes de las izquierdas con pedigrí buscan su lugar en el sol de la nueva Icaria. Muchos de ellos probablemente por extracción social estan ahora allí donde les corresponde, ya que la transición política los había desubicado y se encuentran bastante más cómodos en la versión interclasista actual de este novecentismo pospolítico. El Racionalismo y la Ilustración del relato de las izquierdas rendidos a los pies del Romanticismo nacionalista. Aunque se le intenta esconder detrás el olvido de la historia, es la victoria después de su muerte política por parte de Jordi Pujol, de su «idea». Ya no hay una sociedad muy desigual con intereses confrontados, sino sólo intereses de Cataluña. ¿Y quién decide cuáles son los intereses del país? Se abre paso el neopujolismo.

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