Vivimos tiempos donde la incontinencia y la falta de reflexión, de seriedad, parece haberse impuesto en el ámbito de la política. Mucha gente en un caso claro de hiperexcitación que les provoca la situación política catalana, hablan sin ningún pudor ni autocontrol hasta un punto tal que no sabes si el problema es de irresponsabilidad, de cinismo o de pocas luces. El diputado i dirigente de Convergencia Josep Rull, que no acostumbra a sobresalir por la práctica de la prudencia, ha afirmado estos días en relación al proceso político catalán del que él es un ferviente impulsor: «la prioridad es la casa propia, después ya la decoraremos«. Reconozco que me ha llegado al alma una declaración tan nítida de relativismo, de falta de importancia en relación al conflicto de intereses económicos y sociales que se encuentran en confrontación en cualquier sociedad, y también y especialmente en la catalana. Por lo visto, para Rull es mera «decoración» si optamos por una sociedad que ponga freno a las desigualdades económicas, o bien fomentamos el enriquecimiento del 1% dominante, que se abogue por la integración social o bien estimulamos la tendencia a segregar ganadores de perdedores, para reforzar el Estado del bienestar y no para laminarlo y privatizarlo, para el predominio del bien común o bien del enriquecimiento individual …
De hecho, ha sido siempre un recurso de las derechas políticas e ideológicas, intentar que se establezca la idea de que las situaciones sociales y económicas son el resultado del azar, de casualidades e imponderables, y no de planteamientos políticos y económicos muy concretos que se esfuerzan por mantener la hegemonía de unos grupos sociales en relación a otros. Para la derecha, no hay proyectos políticos e ideológicos confrontados, diferentes modelos de sociedad con mayor o menor voluntad de proporcionar bienestar al conjunto de la población, sino soluciones técnicas las cuales no tienen ideología, son el reino del sentido común. Su máxima aspiración es el triunfo de la no-política y de una ideología que justamente se presenta como no-ideológica. El recurso a la supremacía de lo nacional en relación a lo económico y lo social, ha sido también siempre un argumento del nacionalismo, una trinchera, para evitar que se situaran en el centro del debate la confrontación de modelos e intereses, eso que antes se llamaban las contradicciones de clase.
Siguiendo con la especial terminología de Rull, «la decoración» no debe ser un tema menor en la medida en que llevamos muchos siglos sin poder resolverlo y donde las clases subalternas han tenido que sufrir y luchar mucho para conseguir disponer de unos mínimos de dignidad laboral, política y social. Que en las últimas décadas ha habido mucho interés por, mediante «doctrinas de shock», de laminar los derechos alcanzados y retornar a los tiempos de predominio de la precariedad, los temores, las inseguridades y la desigualdad extrema. El intento que el discurso de la emancipación nacional lo tape o lo diluya existe, pero difícilmente logrará mitigar el malestar y acabar con las contradicciones profundas, aunque lo intente, el triunfo sólo será momentáneo. El pujolismo se afanó en conseguir durante treinta años una sociedad catalana despolitizada y pese a los notorios éxitos electorales, no terminó de conseguirlo, ya que la realidad suele ser tozuda. Quizás en esta reedición del intento de sublimar los temas socioeconómicos por la vía nacional, se cuente y se espere con la colaboración desinteresada e intensa de una parte de las izquierdas. Esposible.