A pesar que la teoría política y los tópicos al uso afirman que las contiendas electorales tienen poco que ver entre ellas y que una gran parte de los electores hace opciones diferentes en función del tipo de elecciones, en realidad no es así, o lo es sólo en parte. Ciertamente que este domingo, al menos teóricamente, votamos a aquellos que creemos más capacitados para gobernar nuestra ciudad o pueblo y con el proyecto más adecuado, pero me parece percibir que esta vez más que nunca las elecciones municipales tienen un componente de elecciones primarias del que vendrá después, o una buena ocasión para mostrar el malestar y nuestro descontento. Cada vez más la participación electoral de los ciudadanos se da en clave de voto a la contra y no de voto en pro de algo. La continuada decepción provocada por la política, incapaz de responder a las preocupaciones y anhelos de la ciudadanía, ha generado actitudes de ir a votar para echar a alguien o bien lo que entendemos que puede ser el mal menor. Ciertamente los proyectos políticos claros, nítidos y estimulantes suelen brillar por su ausencia y los relatos que se nos proponen suelen ser poco contrastados y escasamente diferenciados. El rechazo al status quo provoca desplazar el voto hacia partidos que más que propuestas son fórmulas de expresión de nuestro estado de ánimo (Ciudadanos, Podemos, CUP…), mientras los partidos del establishment argumentan los temores e incertidumbres que pueden generar las nuevas marcas, apelando al poco romántico voto del «más vale malo conocido…»
Aunque no con las mismas motivaciones, el carácter de elecciones primerizas se da tanto en España como en Cataluña y los resultados de ahora condicionarán las estrategias y los calendarios electorales de elecciones futuras que, no olvidemos, no están en ningún caso convocadas. Lo que sí parece claro es que la fragmentación del voto será mayor que nunca, así como la necesidad de pactos que se demorarán en el tiempo, dado que a las puertas de nuevas confrontaciones, hay fotografías de acuerdos que no convienen a casi nadie. La disminución de la estabilidad política de los ayuntamientos y comunidades autónomas será una consecuencia y la fragilidad de las instituciones puede convertirse en extrema. En Cataluña se ha dibujado un septiembre en el que debe producirse la madre de todas las batallas políticas y se podrá entrever este domingo las fortalezas y las debilidades del binomio CiU-ERC, partidos por los que los resultados de Barcelona-ciudad pueden resultar bastante elocuentes, de cara a aspirar a ganar el plebiscito soberanista del otoño. Habrá que observar hasta donde llega el debilitamiento de los, para entendernos, grandes partidos españoles en Cataluña, los cuales han tenido que sostener la escenografía con el recurso a las listas-fantasma, pero que probablemente pueden conservar un notable nivel de voto oculto. Y habrá que captar las expectativas reales del, digamos, partidos nuevos; los que tienen en común ser distantes aunque con grados diversos del relato político soberanista. La victoria de Ada Colau en Barcelona o bien el sorpasso de Ciudadanos en ERC en Barcelona y otras ciudades metropolitanas, tendría una lectura política bastante contundente y algunas certezas comenzarían a ser puestas en cuestión. País especial el nuestro, toda vez que la gran novedad de esta campaña ha sido la irrupción ruidosa en los mítines de dos monjas con posiciones extremas dentro del arco soberanista, y no precisamente monjas discretas como parece que debería abonar su vocación religiosa, sino «hermanas» dadas al púlpito político y a la exhibición de hábitos. Un poco raro, ¿verdad?