La evidencia de prácticas fraudulentas y notoriamente ilegales -en un mundo con una manga tan ancha como el de la banca-, por parte de una entidad financiera andorrana ha significado la definitiva pérdida de la inocencia de un país la razón de ser del cual tiene que ver con la función de refugio de actividades económicas que buscan la discreción, gracias a su posición estratégica no tanto por las montañas que la rodean, sino por la posición entre dos grandes estados europeos, los cuales no se debe olvidar tutelan este pequeño estado a través del sistema de coprincipado. A pesar de los intentos de los últimos años que Andorra ha hecho para quitarse de encima la connotación de paraíso fiscal y como lugar de pequeñas o grandes operaciones de contrabando, intentando articular su economía a partir del turismo; lo cierto es que estos valles aparecen más en los informativos en relación a la gente que lleva o saca dinero en ellos, que por la belleza de sus parajes o bien por el estado de la nieve en sus estaciones de esquí.
La acusación proveniente de Norteamérica en relación a prácticas relacionadas con el blanqueo de capitales procedentes de actividades delictivas por parte de la Banca Privada de Andorra (BPA) ha generado la dinámica propia de quiebra de una entidad financiera cuando su reputación se ve afectada de manera grave y se inicia un proceso de retirada masiva de fondos por falta de confianza de los depositarios, a la que sigue la falta de liquidez de la entidad, y de ahí a la insolvencia y el concurso de acreedores y la desaparición. Una pérdida de credibilidad que difícilmente se circunscribirá sólo a esta entidad y que acabará por afectar a la confianza de un sobredimensionado sistema financiero andorrano que se ha fundamentado, como muchos otros países de su estilo, en ser el destino del dinero negro, lugar de blanqueo de capitales y refugio de billetes de procedencia de actividades dudosas con pretensión de mantenerse opacos. El problema ético y económico que esto provoca no debe imputarse sólo ni principalmente a un desmesurado espíritu de lucro de los andorranos, sino a que los grandes estados europeos han tolerado y dado por bueno que los grandes poseedores de capital tuvieran de sitios donde ocultarlo. Vicios privados, públicas virtudes.
Aunque para la mayoría de nosotros Andorra ha significado un extraño y cercano país entre montañas que combinaba el paisaje agreste con ser un centro comercial inmenso y algunas estaciones donde esquiar; una parte de los catalanes y de los no catalanes aprovechaba para depositar algún dinerillo de donaciones de mal explicar. Mientras para muchos era el lugar relativamente cercano donde, además de hacer turismo, aprovechábamos para pequeñas dosis de contrabando de queso o cartones de tabaco que difícilmente se justificaban por las dificultades circulatorias al atravesar el continuum de poblaciones, ni por los nervios y temores a ser descubiertos en la aduana; otros como la primera familia de Cataluña -los Pujol Ferrusola- lo convertían en el centro neurálgico de sus imaginativas finanzas. Lugar que preservaba hasta ahora el secreto de pequeñas y grandes miserias relacionadas con el dinero de procedencia incierta y que ahora pone el descubierto que a muchos que teníamos por honorables, en realidad no lo eran tanto. De los que perderán algún dinero con esta quiebra bancaria, la mayoría inducen poco a la compasión, y a buen seguro que no habían depositados todos los huevos en el mismo cesto. Lo que resulta triste, y al mismo tiempo dramático para la economía y el bienestar global, es que les será extraordinariamente fácil encontrar nuevos lugares donde refugiarse.