
Mes: octubre 2025
Entrevista 3 de octubre de 2025
Cambio y continuidad
El capitalismo ha demostrado ser un sistema de recreación y reinvención permanente. En su versión digital actual, se reproduce y resulta imparable. Sus formas de desarrollo siempre han conllevado crisis y conflictos, a menudo tan salvajes como necesarios para simplificar las formas de competencia y consolidar la posición de los vencedores. Los procesos de “destrucción creadora” suelen generar nuevos triunfadores, así como una larga lista de derrotados. No es una ideología específica, no tiene grandes defensores. Parece generalmente asumido que, en el sistema de mercado, la innovación tecnológica es el elemento dinámico que induce a una mejora continua de la productividad y del nivel general de riqueza. La incorporación de nueva tecnología se considera inherente al progreso y, casi nadie, se plantea que pueda ser algo sesgado, y aún menos dirigido y en directa dependencia de la voluntad de una sociedad. Predomina la aceptación acrítica de lo nuevo y sus efectos perversos se consideran como el precio a pagar por tanto avance, como si la modernización llevase inevitablemente asociados efectos colaterales que hay que aceptar. La tecnología es determinista y debe aceptarse con todas sus consecuencias. La capacidad para descartar cualquier indicio de reflexión sobre los cambios profundos, algunos muy poco deseables, que estamos viviendo es inmensa. Estamos en una sociedad de la aceptación, justamente adormecida por una distracción comunicativa que nos induce a actuar como seres conformados. Ya no hay espacio para el pensamiento y la acción crítica.
Uno de los aspectos que ha convertido al capitalismo en un sistema imbatible es su capacidad para evidenciar de manera reiterada que no tiene alternativa posible. Parece no haber horizonte más allá de trabajar, producir y consumir. La resignación se presenta como la actitud inevitable. La depredación industrial del siglo XX, donde hemos multiplicado la producción por cincuenta, ha consumido más energía que en toda la historia de la humanidad. Hemos cuadruplicado la población y dado el paso hacia un globalismo en las últimas décadas que debería significar, según sus doctrinarios, una generalización de la riqueza y del bienestar. Pura ficción. En el momento actual, se nos induce a una dependencia tecnológica que nos sobreinforma, nos distrae, y que sobre todo nos dirige, anulando cualquier posibilidad de planteamiento o consideración colaborativa.

El capitalismo sobrevive porque esquiva sus obstáculos escapando hacia el futuro. De hecho, no existe una noción cerrada del concepto de “capitalismo” más allá de la propiedad privada, del libre mercado y de sus efectos en forma de estímulo a la generación de riqueza y a la creación de desigualdad. Como ha señalado Slavoj Žižek, “no existe un punto de vista mundial capitalista, ni una civilización capitalista” propiamente dicha. Justamente la globalización económica nos ha mostrado que el capitalismo puede acomodarse a todas las civilizaciones, religiones y sistemas políticos. El ejemplo de China al combinar un sistema comunista con la versión más extrema de la economía de mercado a partir del “un país, dos sistemas” que consagró Deng Xiaoping, es bastante elocuente sobre su versatilidad. Su dimensión es ya absoluta. La tradicional división entre los pobres y los relativamente ricos se está transformando en un abismo creciente.
Aunque algunos auguran con las tecnologías exponenciales el fin del capitalismo, en realidad lo que tenemos delante es la crisis de la noción capitalista de la socialdemocracia, basada en el trabajo y en mecanismos fiscales y salariales de redistribución. La liquidación de cualquier vestigio de regulación laboral nos lleva a una realidad escindida entre poseedores y desposeídos. La incapacidad de los gobiernos para gravar los beneficios de los gigantes tecnológicos lo deja neutralizado para desarrollar cualquier tipo de agenda social moderadora. Justamente serán las grandes plataformas las que asumirán progresivamente, en nombre de la mayor eficiencia privada y de la posesión del conocimiento, los grandes servicios esenciales y muy especialmente el de la salud, o el de la ciberseguridad. Poder casi absoluto que irá de la mano de actitudes de “blanqueo empático”, con prácticas de capitalismo compasivo haciendo una cierta apropiación de las crisis humanitarias como algo que requiere soluciones privadas. El Estado ya no está, ni se le espera. La filantropía es poco más que una forma de especulación además de una estrategia de marketing.