La geopolítica existe

Muchos problemas actuales tienen una innegable dimensión geopolítica. La emergencia de China, su avance lento e imparable hasta obtener la hegemonía económica primero y militar después, es el contexto, se cierne sobre muchos conflictos vigentes. Estados Unidos se siente desafiado y sus golpes de palo de ciego en política internacional, especialmente evidentes bajo la presidencia de Joe Biden, pueden entenderse por la desazón que provoca la inevitable hegemonía futura del gigante asiático. El dinamismo de la economía, la creciente influencia internacional no sólo en Asia, sino en África o América Latina, su desarrollo militar, su capacidad financiera que la hace tenedora de buena parte de la deuda americana, la capacidad tecnológica o el diseño de la Nueva Ruta de la Seda, parecen señales claras tanto de la capacidad como de la voluntad de entrar en una nueva era.

China es una potencia rival para Estados Unidos y Occidente, y es difícil que no sea así teniendo en cuenta el papel histórico de Europa en el continente asiático. No sólo crece económicamente, sino que tiene un proyecto, una civilización que desarrollar en la que se confunden un capitalismo extremo con formas políticas autoritarias que, más que con Marx o Mao, tienen que ver con una ancestral cultura imperial. Pero, además, China es un producto de Occidente, consecuencia de la necesidad a partir de los años ochenta de obtener recursos y una mano de obra industrial abundante y barata. Occidente industrializó a China, fomentó una revolución industrial acelerada, la convirtió en la fábrica del mundo. Sólo era una cuestión de tiempo que quemara etapas y estuviera en disposición de cambiar las reglas del intercambio a la división internacional de la producción. No se entendió así, pero la deslocalización industrial significaba el principio del fin de la hegemonía occidental. Creer que la marca, el capital intelectual y la red de distribución nos haría inmunes fue un gran error. Se había pasado, en palabras de John Urry, de una primera modernización “pesada”, que requería la estabilidad proporcionada por un pacto localizado con el trabajo, a una modernización “líquida” en la que el capital ya no necesita compromisos territoriales ni pactos con el trabajo. Era crucial no estar en ninguna parte.

La estrategia de los bajos costes era perdedora a medio plazo. Con la pandemia y la carencia de capacidad de respuesta, el mundo occidental entendió, por primera vez, que había perdido la partida. Ni siquiera podía fabricar mascarillas o suero. El globalismo nos había hecho vulnerables mientras China comerciaba, ayudaba y ocupaba los territorios perdedores de la globalización. Y en esta situación, Estados Unidos vuelve a marcar el camino a una subyugada Europa. América pretende ampliar el horizonte de hegemonía luchando contra China, una postura compartida por todo el arco político. El futuro de Taiwán se presenta, así, como la gran piedra de toque. China ha sabido esperar. El momento de la ocupación no está lejos y será altamente simbólica. Estados Unidos, comprometido con la defensa de la independencia de la isla, podrá hacer poco más que exhibir su frustración.

Volver a la lógica territorial en el ámbito económico, deshacer el camino del globalismo, desmontar las cadenas de valor globales es una apuesta políticamente muy rentable, especialmente para el nacionalismo identitario que campa en las filas republicanas más allá de Trump, pero es un mal negocio para las grandes corporaciones. Significa renunciar a una parte no despreciable de los beneficios y, además, perder una parte importante del mercado mundial. China tiene un gran mercado interior que puede abastecerse con los recursos propios. La pandemia hizo valorar la posibilidad de reindustrialización occidental, y se han hecho cosas en este sentido, aunque no de forma sustancial. En lo fundamental, se sigue produciendo en Asia, la vulnerabilidad occidental se mantiene.

Parece evidente tanto en términos demográficos como de dinamismo y capacidad de innovación que Europa, como gran parte de Occidente, está en decadencia y que, quizás el Estado de bienestar fue posible en unas coordenadas históricas que en este momento ya no se dan. Respondía este concepto a la época de Guerra Fría y quizás más que un proyecto constituyó una anomalía histórica. El capitalismo se impone con los valores asiáticos. El “siglo de Estados Unidos” parece prácticamente terminado y sustituido por la potencia genuinamente autoritaria y capitalista, como China. Como lo plantea Slavoj Zizek, asoma una nueva Edad Oscura, en la que estallan pasiones étnicas y religiosas y los valores de la Ilustración retroceden ante un capitalismo de base autoritaria, ya sea en Corea, China, Rusia o Hungría.

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