Una de las grandezas de la política son los giros inesperados. Dinámicas que parecen imparables durante meses, de repente se frenan e incluso dan la vuelta. Todo depende de saber utilizar los tiempos y no sólo construir relatos adecuados, sino de ser capaces de tomar medidas que la ciudadanía entienda que son los que tocan y que no necesitan ser explicados de forma compleja con notas a pie de página. El debate de política general del Congreso de Diputados en Madrid nos ha dado esta semana una prueba bastante evidente de ello. La derecha lleva muchos meses instalada en crear la sensación de que la legislatura está acabada, que el gobierno de izquierdas está noqueado y en fase terminal. Con la colaboración con su casi infinito aparato mediático, han intentado generar el estado de ánimo de que todo ello es un desbarajuste y han activado el tono dantesco respecto de la crisis y su responsabilidad, así como la guerra cultural contra los planteamientos progresistas. Se ha obviado una razonable buena gestión de la pandemia, tanto en términos sanitarios como económicos, la consecución de fondos europeos extraordinarios para reactivar la economía y al mismo tiempo fomentar reformas estructurales. También se obvia que los efectos devastadores de la inflación son el resultado de un conflicto geopolítico que impacta en todo el mundo occidental y que lo fundamental no es señalar los efectos con el dedo, sino tomar medidas contundentes para reequilibrar unos costes y una factura que la inacción provoca que lo paguen sólo trabajadores y clases medias, mientras unos pocos aprovechen la situación y acumulen beneficios escandalosos.

Las medidas económicas anunciadas por Pedro Sánchez esta semana podrá decirse que debían tomarse antes o bien que aún deberían ser más drásticas, pero seguro que son pertinentes. Ayudas de verdad a quienes sufren el encarecimiento de precios y la devaluación de sus salarios y medidas fiscales excepcionales de cara a que la banca y las empresas eléctricas coticen por los “beneficios caídos del cielo” en esta crisis y que son el resultado de actuar de forma oligopolística injustificable para enriquecerse a expensas del empobrecimiento de la mayoría. Medidas similares se han tomado en muchos países europeos, gobiernen socialdemócratas o liberales. La recuperación de la iniciativa política por parte del gobierno era absolutamente necesaria e ineludible, como lo era que su presidente con ese giro y rearme cohesionara a un gobierno que, ciertamente, a menudo ha hecho demasiado ruido y ha transmitido una imagen de desbarajuste. Se ha roto el marco discursivo de la derecha, que se ha tenido que refugiar en que éstas son medidas “populistas” y a recuperar el recurso a ETA y al terrorismo de forma nostálgica, como si la izquierda tuviera ningún vínculo y no haya sufrido en gran medida su actividad en momentos afortunadamente ya superados.
Se ha evidenciado con el giro y el cambio de tono que, de cara a las elecciones generales de finales de 2023, hay partido y que a la derecha este último tramo se le puede hacer muy largo. Con el rearme ideológico y político de Sánchez y la izquierda, el PP ha callado y no ha tenido respuesta, quedando alineada con los intereses obscenos de las grandes corporaciones y con las “becas para ricos” instrumentadas por Díaz Ayuso. Feijoo ha quedado absorbido por la estrategia de la polarización extrema que adoptó, hace ya tiempo, su partido y su imagen de pretendida moderación queda absolutamente diluida. Lógicamente, todo queda a merced de la efectividad de las medidas anunciadas y a la capacidad de dar continuidad al cambio de guión, que la ciudadanía lo capte no como una mera escenificación puntual para salir de la asfixia política en la que se encontraba el gobierno central, sino como una acción necesaria, como el reequilibrio imprescindible en el reparto de la factura que genera la crisis y sus devastadores efectos en la sociedad. En momentos de preocupación e incertidumbre es cuando la ciudadanía requerimos más de gobiernos que actúen y que nos transmitan que existe un plan, que ejerzan liderazgo. Mientras, en Catalunya, se actúa como si no fuera con nosotros.