Suenan con fuerza los tambores de guerra en el Este de Europa. Rusia se siente fuerte y en manos de autócratas sólo formalmente democráticos y quiere restablecer su papel central en la política mundial recuperando y tratando como suyos todos aquellos territorios que habían formado parte de la Unión Soviética. Europa y Estados Unidos mantienen el pulso militar y todavía diplomático en nombre de la defensa de la soberanía y la libertad de un país que pide vínculo y protección frente al gigante ruso. Todo ello, reminiscencias y un cierto retorno de conflictos que nos retrotraen a una Guerra Fría que creíamos superada desde el derrumbe del modelo soviético allá por los años noventa del siglo pasado. Rusia ha vuelto y quiere ser alguien en el escenario geopolítico global. Y dispone de argumentos para serlo: potencia militar y territorial, un gran ejército, agresividad y abundantes recursos naturales algunos de los cuales Europa necesita. Que se acabe invadiendo Ucrania y se desencadene un conflicto bélico de gran alcance puede que no sea lo más probable que suceda, pero hay posibilidades reales de que se produzca. No todo está bajo control en estos envites a gran escala y la fuerza a veces se escapa de las manos. Europa, en nombre de sus principios de acoger a todo el mundo que quiera formar parte de ella, ha aceptado el reto siguiendo aquella máxima militarista que «si quieres la paz, prepara la guerra».

El problema de fondo de la Unión Europea es que siempre acaba jugando en una posición subordinada a los intereses y al dictado de Estados Unidos. Y es quien más puede perder en este pulso, tanto si termina en guerra o se impone la vía diplomática. Para Norteamérica, Rusia tiene un papel importante pero secundario en el tablero geopolítico. La rivalidad primordial y quien le disputa el liderazgo económico y político global es China. No le interesa el futuro de Ucrania y a Rusia lo único que le conviene es contenerla. No necesita su gas, sus recursos naturales o la producción industrial. Merece respeto por su arsenal nuclear, y poco más. Terminará firmando la paz con una salida digna lo antes posible y quien quedará en la estacada es la Unión Europea. La vecindad territorial y las relaciones de dependencia energética y continuarán estando allí y, entre otras, la debilidad de Europa en estas pugnas es no disponer de un ejército propio sino compartido, la OTAN, que claramente no lidera. El interés de Putin no es hacer un pulso con Estados Unidos, sino debilitar el concepto de Europa y mantener bajo su área de influencia no sólo todas las repúblicas ex-soviéticas, sino también aquellos países de Europa del Este que se incorporaron sin demasiadas exigencias a la comunidad europea y donde ahora evidencian de forma clara sus carencias desde el punto de vista de funcionamiento y la cultura democrática. La Unión Europea es una realidad diversa, plural y que tiene connotaciones más corales que unitarias. Ésta es también su grandeza en la medida en que contiene culturas, lenguas, historia y sentidos de pertenencia muy variados. En algunas circunstancias, esto la hace débil y poco cohesionada y que sus actitudes de firmeza en la defensa de sus valores parezcan impostadas y sobreactuadas.
Probablemente respecto a Rusia se manifiesta ahora el error de visión a largo plazo de Europa, que se viene arrastrando desde hace treinta años. Más que una actitud de displicente rivalidad y de evidenciarle a menudo la superioridad de nuestros valores, debía haberse entrado en una dinámica de aproximación y colaboración, haciéndoles más bien socios que rivales, conteniendo así la nuestra dependencia geopolítica tan absorbente y de resultados dudosos con Estados Unidos. Quizás debía haberse entendido que las relaciones entre Rusia y Ucrania son profundas, complejas y contradictorias y no haber cometido interferencias que pueden resultar provocadoras y humillantes. Lo que se ha llamado «el alma rusa» y que tan bien describen los grandes escritores rusos del siglo XIX, en buena parte proviene y está depositada en tierras ucranianas. No es tan sólo que hay mucha población de origen ruso en Ucrania debido a los grandes movimientos de población provocados por Stalin. Son dos mundos profundamente hermanados y con muchísimos elementos comunes. También con miedos históricos del hermano pequeño sobre el mayor. Había que haberse aproximado a todo esto con más prudencia y respeto de lo que probablemente se ha hecho. Pero, sobre todo, debía haberse tejido con un vecino tan poderoso y con tanta capacidad de desestabilización una relación mucho más interesada y funcional. La geopolítica es un terreno poco propicio para la poesía.