Leo Messi como metáfora

El adiós repentino, aunque frustrado, del icono azulgrana ha dejado en estado de shock a una buena parte de la sociedad catalana. Más allá de lo estrictamente futbolístico, tiene algo de final de época y la escenificación de la caída de los dioses. Evidencia también que los amores no suelen durar para siempre y que la gente consentida tarde o temprano acaba comportándose como tal. De repente, todos aquellos valores y particularidades que habíamos blandido para justificar nuestra idolatría hemos visto que sólo estaban en nuestra imaginación y eran un producto de nuestra fantasía. Es como si nos hubiéramos enterado de manera brutal que los Reyes son los padres. Como el fútbol es más que fútbol y la gran figura y su equipo soportaban una parte importante y excesiva de nuestra autoestima, el hecho comportará una cierta depresión social y notables efectos a medio plazo. El sueño en el que estábamos instalados ahora se ha desvanecido. La devaluación que sufre y se profundizará en la marca Barcelona-Catalunya no es un tema menor. Tras el duelo, deberíamos ir asumiendo que ya no somos tan únicos y especiales y que padecemos, hace tiempo, una evidente declinación como país que va mucho más allá de las ocurrencias del niño mimado, de la mala gestión de la directiva azulgrana o de la humillación a que nos han sometido unos futbolistas bávaros. Hemos estado instalados, y muchos aún lo están, en una burbuja de irrealidad. «El mundo nos mira» afirmaban algunos de manera aspiracional, pero en realidad nos mira poco y cada vez se nos considera menos. Nos hemos convertido en un país realmente pequeño, no de dimensión física, sino de horizontes, de proyectos y de planteamientos. Mientras vivimos embelesados ​​y hemos roto cualquier vestigio de propósitos colectivos, de consensos amplios y de políticas compartidas apelando a una Arcadia feliz, nos hemos estancado social y económicamente entretanto, lógicamente, el resto del mundo no se detenía. Hemos continuado viviendo de la inercia del pasado, pero nuestra velocidad de crucero ha ido disminuyendo hasta evidenciar la situación estancada y mediocre en la que nos encontramos.

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Anestesiada buena parte de lo que se llama la sociedad civil organizada, sólo algunos círculos o bien estudiosos a nivel particular se han atrevido a proclamar públicamente que no íbamos bien, que nuestra economía perdía competitividad, que nos retardábamos carentes de apuestas innovadoras, que la sociedad se fracturaba, que nos íbamos convirtiendo en prisioneros de nuestro narcisismo. No hace mucho que el Círculo de Economía alertaba de la falta de políticas sociales y económicas en Cataluña y reclamaba una reacción y el recuperar la suma de esfuerzos para dar viabilidad futura en el país. Hace unas pocas semanas que un grupo de reputados economistas lanzó un manifiesto reclamando un replanteo económico global en Cataluña y la recuperación de una necesaria e inexistente política industrial (de cualquier política, añadiría yo), se debería fundamentar ahora en el conocimiento y la innovación. Recientemente, dos profesores de la London School han explicado, con datos, la declinación de la economía catalana en relación y contrapunto a la madrileña, la que nos ha superado en términos de PIB, pero también de dinamismo y modernidad. El capital exterior busca la estabilidad política. Por cada 12 euros de inversores extranjeros en Cataluña, a la comunidad de Madrid van 60. Y todo esto no ha sido siempre así. El cambio de tendencia se ha producido en las dos últimas décadas. Esta misma semana, la reputada consultora norteamericana McKinseny ha publicado un informe sobre el futuro económico y el empleo en el mundo en el que Cataluña sale calificado de territorio estancado y de monocultivo turístico, equiparado, es un ejemplo, con Montenegro. En cambio, destaca el estudio, territorios dinámicos e innovadores en España, como serían Madrid, Navarra y el País Vasco. Hace unos días también, un trabajo periodístico ha evaluado que, desde el 2010, el gasto social en Cataluña ha disminuido un 8,8%, mientras que la media española en el mismo periodo había crecido un 14,8%. Datos elocuentes sobre la prioridad o no de combatir la desigualdad y apostar por la cohesión social.

Parece evidente que en Cataluña el anquilosamiento y la decadencia no son azarosas, sino más bien fruto de la falta de políticas públicas compartidas y concertadas que pusieran la proa en el progreso económico y el bienestar de la gente. Demasiado pendientes de la identidad y de vivir jornadas históricas, se ha descuidado el proporcionar estabilidad política y establecer estrategias y mecanismos de transformación económica y social. Mientras tanto, hemos minorizado instituciones de todo tipo y las hemos puesto al servicio de la idea única, con lo cual han dejado de hacer el papel de alerta que les correspondía. Volviendo al símil futbolero, aunque nos puedan haber hecho algún gol por habilidad de los contrincantes o mientras estábamos abstraídos, buena parte del 2 a 8 han sido goles que nos hemos hecho nosotros en la propia portería. Media docena, como mínimo.

Josep Burgaya

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