Profecías autocumplidas

Sigue sin pausa el proceso de degradación de la práctica y la cultura democrática en el mundo. No precisamente porque estemos ante la sustitución de sistemas participativos por dictaduras, sino por la destrucción de la política entendida como espacio de acomodación de intereses diferentes y contrapuestos y de resolución de conflictos, para convertirse en el ámbito de expresión teatralizada de identidades, testosterona y miserias en lucha. Más allá del voto, la democracia es una actitud en la que debe prevalecer el respeto y la vocación de convivencia, objetivos los que exigen tolerancia, deliberación y voluntad de vivir en una sociedad plural y diversa. Se está imponiendo el que ahora se llaman democracias iliberales. Se mantienen las formas, pero desaparecen los contenidos. Cuando se contempla la fotografía de los dirigentes del G-20 que recientemente se han reunido en Buenos Aires, resulta más que preocupante ver cuáles son los actuales dirigentes mundiales. El apretón efusivo y deportivo entre Putin y el príncipe saudí Mohamed Bin Salman, resulta significativo e inquietante en relación al mundo actual y el que nos viene. Tener que decir que lo más confiable que había en esta reunión son Merkel o Macron, resulta bastante indicativo de que ya estamos bajo mínimos. El totalitarismo, aunque sea en una versión soft o incluso postmoderna avanza con notoria fuerza y, lo que es peor, lo hace a través de un voto popular que cree expresar así sus diversos malestares.

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La eclosión fulgurante de Vox en las elecciones andaluzas ha provocado la evidencia de que el populismo derechista extremo, también estará presente a partir de ahora en el escenario político español. Una versión más bien rancia y tradicional la que ha emergido aquí, similar al Frente Nacional francés, que con las formas y discurso más «modernos» en la que aparece en otros países europeos. Xenofobia, sexismo, formas autoritarias, desmontar el estado autonómico, limitación de libertades… como grandes signos de identidad e ideas-fuerza. Voto refugio para expresar miedos, malestares y odios primordialmente por las clases medias temerosas y que pretenden encerrarse en una identidad ancestral imaginaria. Las causas son muchas y diversas y sería necesario más espacio para evaluarlas. El cansancio por el predominio de la política clientelar del PSOE en Andalucía sería una, así como los efectos no superados de la crisis económica, la recepción de inmigración, el debilitamiento del Partido Popular como contenedor de voto de todas las derechas que se hacen y se deshacen, o bien estrategias de campaña que son para que se lo hagan mirar. Pero sin duda ha pesado, y mucho, el tema político de Cataluña. Una cuestión demasiado tiempo abierta y sangrante, que ha terminado por generar reacciones identitarias de signo contrario a las que se expresan en Cataluña.

Durante años, una buena parte del discurso soberanista catalán ha descansado sobre argumentos que, por activa o por pasiva, significaban una notoria descalificación de «lo español», destilando además unas ínfulas de superioridad que, lógicamente, terminan por ofender. No seré yo quien justifique las reacciones primitivas que ahora se expresan, pero en todo caso se producen en un sustrato en el que algo tiene que ver el discurso independentista. «España nos roba», «España es franquista», «los andaluces son unos eternos subvencionados que viven del PER». El supremacismo no es sólo una perversión moral, es que crea efectos malignos. Para una parte del independentismo los resultados andaluces no hacen sino confirmar que «nos tenemos que ir», «no tenemos nada que ver con esta gente»…, y se indignan cuando se les reprocha que, hombre, algo tendrán que ver en el origen de esta reacción, culpando como siempre a los socialistas y a la «banda del 155». Hay que ser muy ingenuo, o tener mucha mala fe, para pensar que tanta soberbia y menosprecio acabaría saliendo gratis. Los espectáculos semanales de Rufián en el Congreso de Diputados, por poner un ejemplo, crean mucho caldo de cultivo para Vox y planteamientos similares. Justamente, se ha pretendido crear esta reacción para hacer «insostenible» la continuidad en España. Profecía autocumplida se podría llamar. A mucha gente le hace gracia. Pero desde el punto de vista tanto ético como político, lo que hace el tuitero de ERC u otros, no es mejor que lo que dice o lo hace Vox. De hecho, son más idénticos de lo que querrían. Y se necesitan.

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