Acoso

Probablemente entre las cosas destacadas del último año está una notable rotura de los muros de silencio detrás de los que se ocultaba el acoso sexual, como también han aumentado notablemente las denuncias sobre las abundantes y variadas muestras de sexismo y los casos de discriminación sexual que sufren las mujeres. Que hemos construido a lo largo de la historia un mundo básicamente patriarcal parece estar fuera de toda duda, como lo es que resulta inaceptable mantenerlo en una sociedad que se quiera plenamente libre y humanizada. De hecho, ya hace tiempo que la corrección política y lingüística no acepta expresiones de menosprecio hacia las mujeres, pero hasta ahora las cosas han sido bastante más formales que reales, cambios más aparentes que no profundos. Las mujeres siguen cobrando menos para hacer los mismos trabajos que los hombres, y no se las considera suficientemente adecuadas para realizar determinadas funciones, especialmente si son de dirección. Si triunfan profesionalmente siempre se les carga la duda por qué méritos lo habrán logrado y todavía demasiado a menudo son miradas como objeto o trofeo sexual más que personas con las que interaccionar en otros aspectos. El lenguaje que utilizamos sigue siendo muy puñetero, sesgado y posiblemente ofensivo. Afortunadamente, buena parte de los mujeres ya no nos aceptan aquellas discriminaciones menores en forma de apelativos que no son cariñosos sino avasalladores -«niña»-, no nos ríen chistes de pena que las degradan y menos que nos las miremos siempre como si fueran un pedazo de tierra por colonizar. El acoso, que significa utilizar una pretendida posición de dominio y de fuerza para esperar contraprestaciones sexuales, resulta probablemente la forma más denigrante de sexismo, tanto por el sufrimiento que provoca a quien lo padece, así como por normalizar una cultura lúbrica en la que parece sólo importar alcanzar, más que el proceso de atracción y seducción mutua que es lo realmente importante.

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Probablemente que ahora se hable tanto de esto tiene que ver con la pérdida de temores por parte de los mujeres que lo sufren, pero también porque el tema ha explotado en el centro de Hollywood. Ciertamente los acosos denunciados por actrices y también por parte de algunos actores, tienen una magnitud y una crudeza que revuelven el estómago. Que todavía haya que se crea con el derecho de exigir «favores» sexuales a cambio de promoción o contratación profesional nos indica lo muy primarios y elementales que podemos llegar a ser. Todos hemos pensado lo mismo: si esto ocurre en el mundo glamouroso del cine, que no pasará en muchos otros ámbitos más fuera de foco. Después de todo, la posición social y la seguridad económica para poder denunciar es más sólida que en otros espacios de actividad. El movimiento #MeToo creado a raíz de las denuncias hacia el productor Harvey Weinstein, posiblemente ayudarán a que este tema no caiga en el olvido. De todos modos, sería bueno que no se confundieran las cosas y no se aprovechara lo que es denunciable por acoso para colocarnos también buenas dosis de puritanismo y conservadurismo sexual. Que algo de eso hay. Un reciente manifiesto de artistas francesas, que encabeza Catherine Deneuve, justamente lo denuncia. La violencia y el uso de posición dominante es absolutamente inaceptable, pero esto no debería terminar con la seducción y la tanteo, aunque sea insistente o torpe, y menos pensar que cualquier hombre que intenta llamar la atención y el interés de una mujer es un falócrata imperdonable. Tampoco la galantería tiene porque ser una falta de consideración. Denunciar el uso y abuso de poder masculino, no debería dañar o impedir el juego del deseo pueda actuar y manifestarse. El coqueteo y el juego de seducción es imprescindible que no se penalice si queremos establecer y mantener relaciones personales y sexuales sanas, libres, espontáneas y hedonistas. Por suerte que el sentido lúdico y tolerante de Francia, de vez en cuando, se planta ante la beatería hipócrita anglosajona.

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