Callejón sin salida

Mientras Rufián y Rahola se hacen el gallito por Madrid y exhiben la versión más «bronca» de El Proceso, ya sea en las Cortes o en los platós de la televisión-basura -últimamente los comportamientos son idénticos-, en Cataluña la mayoría gubernamental parece resquebrajarse producto de las tensiones que genera el incumplimiento de lo que tan vehemente prometieron y que, obviamente, no están en condiciones de cumplir. Se ha desperdiciado mucha épica a base de declaraciones pomposas sobre el hecho que nada detendría el camino hacia Ítaca, pero cuando el Estado a través del Tribunal Constitucional responde con inhabilitaciones, empiezan a temblar las piernas. El juego de sillas gubernamental para ver a quien se endilga el muerto de la convocatoria del referéndum y como muchos se hacen el loco cuando se plantea de hacerlo de manera colegiada, provoca un poco de angustia. No se trata de encontrar un «mártir» dispuesto a inmolarse en este falso altar. Más bien habría que abogar por que alguien recuperara el sentido de la cordura y reconociera, a riesgo de ser tachado de «traidor», que esta estrategia rupturista no fue nada más que un intento de ganar tiempo y seguir comandando la barca del país, en espera que malestares y radicalismos se extinguieran. Lo preocupante es que, de buena fe, mucha gente les creyó y ahora aceptarán de mala manera la frustración inevitable. Ni los de aquí eran tan astutos como decían, ni el Estado tan débil como se alardeaba.

Mientras el partido de gobierno, que justamente se creó para llevarnos a donde no nos llevarán, las divisiones entre ellos son cada vez más públicas. Desautorizaciones que van subiendo de tono, y los intentos de salvar los muebles a base de ocurrencias resultan cada vez más patéticos. Pretender traspasar de nuevo responsabilidades gubernamentales a la sociedad civil en relación al Referéndum, haciéndolo ahora a los parados a los que se encargaría el trabajo y el «marrón» como ha anunciado Marta Rovira, es más bien propio de actitudes miserables de supervivencia y de una cobardía política insoportable. Significa endilgar a los más vulnerables y precarios los efectos de tus errores y tus irresponsabilidades. Mientras tanto, es la CUP quien en su autoadjudicado papel de preservadores de las esencias de El Proceso, va marcando el paso hacia un callejón sin salida final en el que ellos no tienen nada que perder. Hay quien dice que el fracaso de todo ello consiste en que, cinco años después del pulso soberanista-independentista en el Estado, las cosas siguen estando allí donde estaban. Habría sido un intento fallido de acceder a mayores cotas de soberanía. En realidad, la situación no es tan benévola. Cinco años son mucho tiempo para un país, demasiado para estar en stand by. No se ha afrontado ninguno de los grandes retos económicos y sociales, que eran y son muchos, planteados. Los trenes han ido pasando, mientras se fracturaba la sociedad catalana de manera profunda y se empezaban a expresar manifestaciones de intolerancia bastante preocupantes. ¿O es que atacar reiteradamente sedes de partidos democráticos y descalificar muertes recientes en las redes se ha convertido en una práctica bondadosa?

Resultado de imagen de callejón sin salida

Lo malo de todo, es que el fracaso de esta estrategia fallida del soberanismo, se intentará convertir una vez más en un elemento de victimismo, con el que concurrir a unas elecciones, que es lo que sustituirá a la consulta non nata. Nuevas promesas de combate y de firmeza y una hoja de ruta readaptada para, utilizando la sentimentalidad, mantener la hegemonía y continuar ocupando el puente de mando. No para ir a ninguna parte, sólo por estar allí. Hay quien del patriotismo ha hecho su profesión.

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