Como estamos en año electoral, los ministros del Gobierno y la poblada cohorte de publicistas de las glorias gubernamentales que ocupan las numerosas tertulias de los medios no paran de decirnos que los indicadores económicos marcan que España está saliendo de la crisis, que las políticas gubernamentales de reforma han sido un éxito y que la tan criticada reforma laboral no ha hecho sino que se dejara de destruir empleo y, se ve que ya hace meses, se crean incontables puestos de trabajo. No me gusta echar agua de pesimista al vino del optimismo desaforado, pero este relato coincide poco con lo que yo, mi entorno, así como todo tipo de organizaciones sociales perciben. La inseguridad laboral y la precariedad son cada día moneda más común, como lo es que un alto porcentaje de parados no sólo ha dejado de cobrar cualquier tipo de subsidio, sino que ya ha desistido de volver a incorporarse al mercado laboral. No se le necesita, no le quieren, no es para él. Si atendemos a lo que afirman estos días políticos populares y sus corifeos periodísticos, en este mundo hay realidades paralelas. Unos viven en un mundo feliz y en progreso porque eso dicen los indicadores macroeconómicos que barajan -también lo debe indicar una nómina bastante mejor que la nuestra-, y una buena parte de la ciudadanía que no sólo no capta las mejoras profusamente publicitadas, sino que más bien se desliza día a día por el interminable tobogán del empobrecimiento, la inseguridad y la falta de horizontes de futuro.
Reputados economistas e intelectuales han explicado la insuficiencia argumental que tiene el Producto Interior Bruto en cuanto al progreso económico y aún más en relación al bienestar y satisfacción de la población. El PIB mide flujos económicos, pero no la riqueza socialmente relevante, ni el grado de reparto, aún menos la equidad o la calidad de vida que se puede derivar. Evaluar el mundo en función del PIB «es una manera muy limitada y triste de entender la vida», escribió hace unos años Joseph Stiglitz, abonando la formulación indicadores de desarrollo un poco más representativos. El ex-ministro Josep Borrell ilustró de forma elocuente las limitaciones del PIB para explicar gran cosa cuando afirmaba que «si nos ponemos todos enfermos, tomamos medicamentos y vamos al hospital» haremos aumentar notablemente el indicador, dado que aumentaremos el flujo económico. Un ejemplo claro de sus limitaciones como indicador de bienestar. El PIB en España ha empezado a repuntar, y esto ha sido el punto de partida para hacer afirmaciones de recuperación que no se fundamentan en la realidad de la ciudadanía, que continúa afectada mayoritariamente por el paro, los bajos salarios, los contratos-basura y el riesgo de exclusión social. El crecimiento macroeconómico se ha hecho absolutamente compatible con el empobrecimiento. Se mantiene y se mantendrá más de un 20% de la población sin trabajo. Más de un 20% de la población que trabaja, lo hace con salarios por debajo del umbral de lo que podría permitir una vida aceptable y no consigue salir de la pobreza. Los contratos indefinidos y los salarios dignos se van convirtiendo en una fantasía a medida que se van extinguiendo por jubilación los que aún perduran. El Fondo Monetario Internacional reclama más reformas en España de cara a equiparar los trabajadores fijos con los temporales, haciendo una igualación por abajo. ¿Alguien me puede explicar de qué recuperación económica están hablando que vaya más allá del aumento de los beneficios de unos pocos?