Política y poder

Todo apunta a que la próxima semana habrá pacto de investidura. Yo era de los que no le daba demasiadas posibilidades. Creía que el mundo de Waterloo sería fiel a los postulados irredentistas y que no cedería.. Debo confesar, que me habría alegrado de que así fuera. No creo que con estos mimbres se pueda erigir ninguna mayoría de gobierno sólida y seria. Parece que unos han entendido que la inesperada oportunidad que les proporcionaba la aritmética parlamentaria, si la dejaban pasar, no habría otra. Su futuro sería la desaparición política y el olvido. El reto para ellos, ahora, es presentarlo como una victoria, el reconocimiento por parte del Estado de sus culpas, la posibilidad del regreso soñado a Cataluña, convenciendo a sus más excitados de que esto no es una entrega política. Pero de hecho reconocen una legitimidad institucional que, afirmaban, querían dinamitar. Por parte del gobierno en funciones, se ha actuado con una practicidad absoluta. Se ha dicho y se ha pactado lo que sólo hace unos meses les resultaba absolutamente inasumible. La generosidad y las medidas de gracia para acabar con el conflicto que planteó El Proces ha sido el argumento insignia, lástima que hacerlo en una posición de chantaje a cambio unos votos de investidura le resta mucha grandeza a la decisión. Han sido necesarios gestos y fotografías difíciles de entender y que perseguirán durante tiempo al socialismo español. En medio, ERC sobreactuando y dando saltos para también salir a la fotografía. Se llegará a la investidura y a formar gobierno, lo otro será gobernar y el tiempo que habrá posibilidades de hacerlo. No es éste un tema menor, si se logra una legislatura larga y mínimamente calmada, Sánchez puede acabar haciendo comprensibles estos actos de funambulismo político. La derecha le acusará de oportunismo y de venderse España. Si los resultados a cuatro años fueran buenos, todo el mundo enaltecerá su capacidad de maniobra política.

Ciertamente una parte de la sociedad catalana y española no entiende que se apruebe y se aplique ahora una ley de amnistía. Muchos de ellos, no porque sean contrarios a ella por definición, sino por creer que no se dan las condiciones ya no de arrepentimiento, ni siquiera de propósito de enmienda. En términos jurídicos, no sería el momento procesal adecuado en la medida en que algunos de los presuntos delitos cometidos ni siquiera han sido juzgados. Se requeriría hacerlo en un momento en que la amnistía significara un cierre de una época y de determinados comportamientos. Desde el punto de vista formal que aquellos que deben ser beneficiarios de la revocación y olvido de los delitos sean quienes redacten los textos, decidan los detalles y hasta dónde llegan los afectados, da un poco de sonrojo. Existe un evidente conflicto de intereses. No me veo yo decidiendo cómo es la ley tributaria, por poner un ejemplo, en aquellos aspectos que me pueden afectar directamente. El problema es que quienes hacen esto necesitan blandirlo públicamente para justificarse

España viene de cuatro años políticamente intensos en los que, más allá de la debilidad que evidenciaban las sobreactuaciones y disputas entre los socios de gobierno, se han hecho políticas muy progresistas en temas laborales, de libertades, de atracción de fondos europeos. Se ha gestionado una economía en época de crisis mucho mejor que en la mayoría de los países de la Unión Europea. La mayoría que ahora se plantea, será aún mucho más débil. Los minoritarios que la pueden posibilitar se harán sentir de manera no justamente integradora y con voluntad de cohesión y se reservan “la acción de oro” para derribar al gobierno cuando lo crean conveniente a sus intereses. El socio principal del PSOE, Sumar, es una amalgama que solo el instinto de poder los mantiene juntos, mientras su líder siempre sonríe no se sabe muy bien de qué. El objetivo de Podemos y Pablo Iglesias es de dinamitar el gobierno de izquierdas en el que se sienten casi excluidos, y aprovecharán cualquier excusa para ello. Con estos mimbres, ¿qué puede salir mal? Cuando un artefacto político se construye de manera precaria y cuenta con mucha gente en contra y todavía una parte de los que están a favor lo están ahí sin entusiasmo, las posibilidades de éxito son pocas y el fracaso puede ser ruidoso y dramático para toda la izquierda. Puestos a correr riesgos, quizás tenía mucho más sentido volver a unas elecciones. Se podían perder, pero también podían ganarse. La apuesta actual por la investidura significa polarizar, más aún, la política y la sociedad española. Y esto, no creo que sea una buena opción. Nada desearía más que equivocarme. Siempre he pensado que la política necesita un acerado sentido de poder, pero, aún más, requiere proyectos y miradas profundas que vayan más allá del corto plazo.

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