No hace ni siquiera seis meses que se anunció la absorción de Bankia por parte de CaixaBank, creando así el primer grupo bancario español, y ya tenemos unos primeros resultados que se podían fácilmente esperar: más de ocho mil despidos y el cierre de 1.500 oficinas. Dicho de otro modo, se recorta casi un 20% de la plantilla y se cierran más del 25% de sus oficinas. Era de previsible, aunque cuando se anunció la fusión a bombo y platillo se explicaron las enormes bondades de la operación y se negó a que esta fuese una de las principales consecuencias. Se dijo que la salud del sistema financiero español lo necesitaba y que las recomendaciones emanadas del Banco Central Europeo eran ir hacia instituciones bancarias más grandes y mejor capitalizadas. De hecho, fue el primer movimiento importante de una tendencia, poco liberal y adecuada de cara a los consumidores, consistente en reducir las ofertas bancarias españolas a tres y crear así un auténtico oligopolio. Se afirma que en este sector la dimensión resulta un tema capital. Las concentraciones tienen como finalidad la reducción de costes, el disponer de una mayor musculatura operativa para expandirse comercialmente, así como también mejorar las ratios de eficiencia y de solvencia. Las grandes cifras, sin embargo, ocultan que se ha producido una aceleración del modelo de banca que muda de manera rápida hacia el modelo online en el que la atención al cliente se ha convertido en una motivación claramente secundaria. Se cierran oficinas no sólo para evitar duplicidades producto de la fusión, sino porque «la oficina», que había sido el corazón comercial de este negocio y un marco donde atender y satisfacer los ciudadanos, se considera obsoleto en el mundo digital y una opción demasiado costosa. La lógica es la de unos accionistas que no esperan que se dé un buen servicio, sino que adelgacen los costes y aumenten los repartos de dividendos y mejore la cotización bursátil de la compañía.

De hecho, esta reducción de costes -unos 770 millones anuales, calculan- es doctrina general en todo el sector y no hace sino aumentar desde 2008, que fue cuando se llegó al máximo histórico de empleo en este ámbito de actividad. Se han recortado desde entonces las plantillas en 94.000 personas -un 35% de su totalidad-, y se calcula que en las operaciones que hay ahora en marcha como la de CaixaBank, acabarán por reducir el empleo en 17.000 personas más. De manera concreta, el BBVA ya ha anunciado un ERE que afectará a 3.800 empleados. La perversión del sistema lo simboliza el hecho de que, cuando estas reducciones se anuncian, el rebote de la entidad a la bolsa es claramente al alza. La escenificación más clara del espíritu del capitalismo de que la ganancia de unos descansa sobre la pérdida de muchos otros. Para evitar los posibles efectos reputacionales negativos, los anuncios de reducción de plantilla siempre vinculados a que se incentivarán las bajas voluntarias, que se compensarán las jubilaciones anticipadas o bien que se ayudará a los despedidos a encontrar una recolocación. Buenas palabras que pretenden ocultar que los «descontratados» abultarán antes de tiempo las cohortes que dependen de unas ya muy debilitadas arcas del sistema de pensiones y que, de hecho, esta estrategia de contracción la pagaremos entre todos. Este es un sector que, tradicionalmente, conoce bien el arte de socializar las pérdidas que genera y privatizar los beneficios que logra. Un sistema bancario que cada vez es más etéreo y centrado en el negocio de la gestión de planes de ahorro y fondos de pensiones, más que en atender a las pequeñas empresas o bien a las personas. Que esta evolución con componentes tan perversos y derivadas claramente negativas la fomente el regulador en lugar de frenarla o dificultarla es un tanto sorprendente. Y esto resulta especialmente destacable en CaixaBank, entidad la que, aún hoy en día, el 14% de su capital es público. Hay malas famas que se ganan a pulso. No está lejos el día en que el sistema bancario actual se dinamitará del todo con la oferta de servicios financieros por parte de las grandes plataformas digitales. Una mudanza lógica por parte de las generaciones más jóvenes. Entonces, nadie llorará por la desaparición de marcas que no se han ganado ninguna estima ni reputación.
Hace 2 días me encontré con una conocida de mas 70 años que me dijo que el banco la había conminado a utilizar los servicios de banca digital. Según me contó le dijeron: «si no quieres hacer esto saca el dinero del banco».
Pienso que se está vulnerando el derecho de las personas mayores a tener una atención bancaria presencial y esto es terrible porque las personas mayores tienen tremendas dificultades de adaptación a las nuevas tecnologías.
Si las oficinas bancarias siguen desapareciendo habrá pueblos que se queden sin oficina bancaria. Habría que obligar por ley a tener algún tipo de servicio o asistencia para qué las personas que lo necesiten puedan tener una atención presencial. De momento se está obligando a todo lo contrario: a favorecer el derecho a utilizar medios de pago digitales
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Excelente presentacion y comentario de lo que, sin duda, es tendencia. Será lectura obligatoria de mis alumnos en la UBA.
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