Tierra quemada

Definitivamente, en el independentismo parece haberse impuesto la pulsión más ciega y destructiva. La vía insurreccional de confrontación en la calle con la policía, la ocupación de espacios simbólicos, la paralización de los servicios y el reto definitivo al Estado, está planteado. La culminación de todo ello, la convocatoria del 21-D para bloquear el país intentando evitar, o al menos dificultar, la celebración de un Consejo de Ministros en Barcelona. Las últimas semanas se ha llegado al paroxismo del desorden político, con dirigentes que llaman a la revuelta armada y que desautorizan su propia policía cuando hace su trabajo y entregando las calles a las guerrillas «republicanas» de acción directa. Esto nos podría indicar que estamos ante un vacío de poder, pero en realidad todo ello obedece a una estrategia de empoderamiento total del independentismo socialmente organizado que ha apostado por un conflicto a gran escala donde la negociación o la marcha atrás ya no sean posibles. En un contexto de juicio para el 1 de Octubre, un Gobierno debilitado por una gran ofensiva derechista que se ha impuesto en Andalucía y que ha apostado por el lenguaje más duro y tosco, y la evidencia de una opinión pública española mayoritaria que ahora ya sí pide acciones contundentes contra la situación catalana, se plantea un jaque final con la pretensión de que la violencia y respuesta represora que se provoque lleve las cosas a otra dimensión, sin duda violenta y dramática. De paso, se dinamita la estrategia más parecida a la «realpolitik» que aparentemente apuesta, aunque con notables contradicciones, ERC. Es el triunfo del «cuanto peor, mejor». O, como decía el lema de Mao, «bajo el cielo hay caos: qué magnífica situación».

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Ciertamente que hemos visto cosas políticamente muy extrañas en la Cataluña de los últimos ocho años, con grados impensables de irresponsabilidad por parte de sus líderes, la degradación continua de las instituciones y una voluntad liquidadora del autogobierno difícilmente comprensible. Y todo esto, no por la rebelión de unas clases subalternas muy castigadas y precarizadas por la crisis económica, sino protagonizado por unas clases medias atemorizadas por los cambios, refugiadas en el identitarismo, convenientemente estimuladas y adoctrinadas. El resultado resulta desalentador: desgobierno y la sociedad no sólo fracturada, sino absolutamente perdida y confundida. Se podría pensar que ha sido el resultado de una estrategia demasiado ambiciosa en pro de mayores cotas de soberanía política, que ha sido excesivamente arriesgada y fallida, y que ahora toca readecuar como, de hecho, plantea ERC. Pero no. La confluencia Torra-Puigdemont-CDR’s-ANC-CUP que son los que dominan tanto el discurso independentista como el activismo de calle, pretenden ahora sí ir hacia un choque de trenes no de tipo institucional, sino de confrontación abierta y pública, con el fin de sumar a la causa elementos épicos, de violencia y de mayor represión. Se quiere dejar sin margen a la estrategia de contemporización y diálogo que practicaba Pedro Sánchez y que parece que la sociedad española tampoco quiere. El Estado no puede ni creo que se deje humillar el 21-D. Como aspira este independentismo desaforado e instalado en la insensatez, habrá sin duda violencia en la calle, acciones policiales contundentes y, más pronto que tarde, la intervención de las instituciones catalanas y la pérdida -ahora de manera más taxativa y por más tiempo – del autogobierno. Seguramente que algunos es lo que quieren y lo vivirán como una victoria de su estrategia basada en el binomio acción-reacción, como es el caso de conspicuos teóricos de esta vía como son Agustí Colomines o en Salvador Cardús. Pero haber «batasunitzado» el país será una auténtica calamidad que se tardará décadas de superar. Todo ello resulta la crónica de un desastre anunciado. La Cataluña a la que no le atrae el abismo, que quisiera pensar que todavía es numéricamente mayoritaria, sería necesario que desautorizara, ahora y de forma contundente, a aquellos que nos llevan sólo hacia la catástrofe.

Un comentario

  1. De nuevo, un magnífico artículo sobre la cuestión catalana. La humillación del estado que ya se percibía fuera de Cataluña ha sido realzada por Vox en beneficio de su estrategia electoral. Eso es algo que desde fuera de Cataluña no podremos perdonarle a la locura independentista. Por más que nieguen que no son la causa, a ellos les debemos los ciudadanos pacíficos y dialogantes la virulencia del incremento de las ideas ultraderechistas. Todos sabemos lo que sucede cuando un estado actúa impulsado por fuerzas reaccionarias. Perderemos todos, pero Cataluña sufrirá mucho, mucho más que el resto de España.

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