Bauman

Ha muerto esta semana uno de los intelectuales más influyentes y de referencia de las últimas décadas. Con Zygmunt Bauman se va el sociólogo que de manera más lúcida y penetrante ha intentado entender y explicar la desnortada sociedad actual, faltada de seguridad, de certezas, de sentido y de proyecto de futuro. Con más de noventa años, se pierde una de las voces más críticas con nuestro mundo y uno de los pensadores de mayor impacto en la cultura de los últimos tiempos. Hasta el último momento ha ejercido de manera plena y vital su función de intelectual y la responsabilidad cívica de proporcionar a la sociedad su conocimiento, por si podía servir para dar un poco de luz entre tantas sombras. De origen polaco estaba radicado en Gran Bretaña desde los años setenta, impartía conferencias per todo el planeta y continuaba publicando dos o tres libros al año, los cuales siempre tenían la virtud de agitar el pensamiento y abrir nuevas vías de reflexión. A diferencia de otros pensadores críticos, no quiso ejercer nunca de oráculo ni se comportó de manera iracunda o enfadada con el mundo. Sus formas habladas y escritas siempre han sido elegantes y pulidas. Muchas de sus frases funcionan como adagios o como conceptos completos. Bauman siempre ha representado la manera más digna, elegante y útil de envejecer. Conocimiento y experiencia acumulados que transmitía con la actitud prudente y las formas modestas que sólo tienen la gente realmente sabia. A pesar de sí mismo, en los últimos tiempos era recibido en todas partes como una auténtica celebrity del pensamiento renovador y crítico.

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Aunque sobre todo se identifica Bauman con el concepto de «modernidad líquida», lo cierto es que sus reflexiones son bastante más amplias y ha sido sin duda quien ha retratado y analizado mejor el desconcierto ciudadano generalizado ante unos tiempos que no aportan ningún tipo de seguridad ni certeza. Todo es poco sólido, mudable y cambiante. No hay valores duraderos y nada a lo que agarrarse. Empleo, ideología, relaciones, gustos…, todo se ha convertido en efímero y frágil en unos tiempos en que el capitalismo ha hecho mudar nuestra condición de ciudadanos hacia la de consumidores compulsivos a jornada completa. Todo se convierte rápidamente, e incluso nosotros mismos, en superfluo, prescindible y en mero residuo. La sociedad está perpleja y paralizada, faltada de proyectos, líderes y de un relato. Sobre el «precariado» como sujeto histórico, no se construye ningún futuro. Además de intelectual de cabecera, Bauman ha representado para el progresismo un referente ético y una especie de conciencia moral. Judío y comunista en su juventud, su familia humilde huyó de Polonia hacia Rusia evitando ser víctimas del holocausto. Tuvo que marchar de la Polonia comunista en 1968, víctima de las purgas universitarias a judíos y librepensadores que se sufrieron. Fue a parar a Israel, pero duró poco, ya que no compartía ni el ideal ni la práctica sionista. Desde entonces y ubicado en Leeds, ha construido una obra paradójicamente sólida, siempre asociada a su compromiso con la sociedad. Ha combatido el neoliberalismo y las pretendidas «verdades» de los mercados desregulados, los efectos perversos de la globalización económica, el desplazamiento del poder desde la política hacia instancias libres de todo control democrático, la pérdida de derechos sociales en nombre del individualismo, el proceso de desaparición del trabajo como actividad digna y el papanatismo digital. No es casual que el último que ha publicado trate de la insufrible indiferencia hacia los refugiados –Extraños llamando a la puerta-, y que estuviera preparando uno que aparecerá de manera póstuma –Retropía-, especialmente pesimista donde trata de la «privatización»de las utopías, de cómo todos nos construimos un refugio que nos resulte cómodo a nivel particular, mientras obviamos la dimensión colectiva convencidos de que el mundo ya no tiene redención posible. Pues, eso.

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