El voto del miedo

El Brexit y el resultado de los comicios españoles aparentemente tienen poco que ver. Un referéndum sobre la permanencia o no en la Unión Europea de Gran Bretaña y la repetición de unas elecciones legislativas en España, responden a naturalezas muy diferentes. Parecería que sólo comparten una cierta proximidad en el tiempo, ya que los resultados y sus efectos significan opciones contrarias. La apuesta por lo desconocido de unos y su consiguiente inestabilidad, mientras los otros han optado de manera mayoritaria por lo que es familiar y estable. En realidad la respuesta en la consulta británica y el paso español por las urnas han tenido mucho en común entre su electorado mayoritario y ganador. El temor, la sensación de inseguridad han marcado un contexto que ha abonado una movilización generalizada de aquellos que ven el conservadurismo político más estricto como un refugio contra las incertidumbres económicas, sociales y políticas que acosan nuestro mundo. En ambos casos, la tendencia de voto no se expresaba en los sondeos previos y los resultados que se preveían eran exactamente otros. Una vez más la diferencia notoria entre la opinión pública y la opinión publicada. El elector no confiesa su estado de ánimo de manera notoria porque teme ser tachado de «poco correcto» pero en el cuarto oscuro del colegio electoral, da salida a sus malestares.

Que en un país y el otro haya ido a votar de manera bastante sesgada mucho más los mayores, de zonas rurales y ciudades de menor dimensión y niveles de renta más bien tirando a bajos, mientras se ha sentido menos motivada a votar la población joven y urbana y las rentas medias no sólo es bastante indicativo, sino que explica en parte los resultados «inesperados» en uno y otro lugar. El discurso antieuropeo ha calado en la Gran Bretaña más frustrada y más insatisfecha, aunque las razones y datos falseados que les proporcionaban los impulsores del Brexit no se sostuvieran por ninguna parte. Era igual, ya que una parte de la ciudadanía quería afirmar su rechazo a las políticas sociales que creen favorecen sólo a la inmigración y afirmó no querer saber nada de refugiados. La pulsión cerrada, insolidaria, xenófoba y reaccionaria en estado puro. Lo que han votado, justamente no les comportará seguridades ni mejorará su situación. Los saltos en el vacío no suelen resultar soluciones nunca muy adecuadas y, de hecho, parecería que una vez visto el resultado final una parte de los británicos más bien se arrepiente del camino tomado.

En España, el miedo al cambio político de cierta profundidad lo que ha hecho es estimular el voto conservador. El contexto político global incierto inseguro e inestable ha ayudado a la percepción de tener que optar por la opción-refugio del PP y parece evidente que la recientísima convulsión por el Brexit también ha hecho su papel. Se ha demostrado de manera brutal como el voto derechista convive bien con la corrupción política y no la castiga en las urnas, mientras considera que la protección frente a la multitud de temores que tiene que hacer frente proviene de aquellos que han practicado las políticas más antisociales en décadas y que mantienen unos niveles de precariedad y de exclusión insólitos. Mientras la nueva izquierda ha fracasado en relación a las expectativas que se había puesto, seguramente por errores propios que tienen que ver con un exceso de arrogancia, pero sobre todo por haber sido identificada como extremada y peligrosa no principalmente por los contrincantes conservadores, sino por la izquierda de toda la vida. Quien más ha hecho por la derrota de Podemos ha sido el PSOE, estimulando con sus críticas no el voto propio, sino justamente el voto más conservador. Evitar el sorpasso ha hecho que para ellos, ésta sea «una dulce derrota». Para una buena parte de la ciudadanía significará, más aún, que se profundizará en políticas nefastas y fracasadas.

 

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